Tus secretos y los míos by Serendipia Stark

Tus secretos y los míos by Serendipia Stark

autor:Serendipia Stark [Stark, Serendipia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-02-12T00:00:00+00:00


Capítulo 24

Nada como compartir una llegada al mundo. El valor de unos ojos que por primera vez, se abren.

—¿Tienes alguna experiencia con bovinos? —⁠le preguntó Andrew, tratando de ignorar su delicado perfume, que empezó a envolverlo.

—Ninguna, ojalá la tuviera y pudiese ser de más ayuda. ¿Por qué están todas estas otras vacas aquí?

—Son animales gregarios, si la aislamos, solo conseguiremos incrementar su nerviosismo. ¿No te dan miedo?

Rebeca alzó los ojos y se encontró de frente con los del ejemplar más imponente de Red Poll. Fue divertido ver cómo disimulaba el escalofrío.

—No más que un caballo —aseguró con firmeza.

—Poca gente sabe que son animales dóciles y amables, sumamente sensibles. Estas, que además han conocido las miserias de una vida terrible donde eran severamente maltratadas, son tan agradecidas que te romperían el corazón.

Andrew masajeó con vigor la tripa hinchada, tratando de ayudar a que el ternero lograse la posición correcta. Margaret encadenó un mugido de desesperación con otro, en lo que parecía una agonía sin fin. Entonces, lady Rebeca cambió de posición y sin importarle lo más mínimo que su precioso traje se manchara, se colocó junto a la cabeza de Margaret, la acomodó en su regazo y acarició su frente de pelo rizado, susurrando en voz baja una especie de nana.

Margaret calló al instante y se permitió cerrar los ojos. Andrew la miró admirado.

—¿Cómo lo has hecho?

—Shhh, sigue ayudándola.

De entre las patas traseras de Margaret, un bulto resbaladizo empezó a sobresalir.

—¡Aquí está! ¡Vamos, Margaret, empuja, empuja!

—Llega tu hijito, pequeña, vamos, hazle caso al duque, empuja, empuja con todas tus fuerzas —⁠le susurró Rebeca, con dulzura junto a la oreja.

En ese momento, entró corriendo el mozo, con la cara colorada y la jofaina de agua hervida en las manos, atónito de que tan ilustre dama no hubiese tenido reparos en tirarse al suelo a desempeñar el trabajo de una granjera. Andrew le hizo una seña para que se arrodillara, y mientras lady Rebeca seguía tranquilizando a la madre con aquella voz suave y medio hipnótica, el chico y el duque se ocuparon de la cría, que por fin, había encontrado el modo de venir al mundo.

Las miradas de Andrew y Rebeca se encontraron en un guiño cómplice. Él le agradeció su ayuda con una sonrisa, y ella quiso saber si todo iba bien, con sus pupilas brillantes. El duque asintió, sin dar crédito aún al giro de los acontecimientos. Aquella joven se parecía poco a la lady Rebeca que él conocía. O acaso… ¿a la que creía conocer? Trató de desechar la imagen que de ella se había hecho a los catorce años y al hacerlo, lo invadió una necesidad impetuosa de pedir perdón, de apretarla contra su cuerpo, incluso de besarla de nuevo, un deseo que a duras penas podía ya contener.

Menos mal que el ternero, envuelto a medias en su bolsa, cayó en ese momento al suelo para que el duque se concentrara. Andrew se apresuró a cortar el cordón umbilical y de nuevo, a masajearle la panza para ayudar con la expulsión de la placenta.



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