El automóvil fantasma by Gustave Le Rouge

El automóvil fantasma by Gustave Le Rouge

autor:Gustave Le Rouge [Le Rouge, Gustave]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1922-01-01T00:00:00+00:00


VI

«MADAME SIBILLA»

Era el comienzo del otoño; el bosque canadiense, tan triste en el invierno, bajo el manto de nieve y hielo, ofrecía ahora las majestuosas perspectivas de sus avenidas bordeadas de árboles gigantescos, en los que se quebraban los primeros rayos del sol de la mañana, al gorjeo de millares de pájaros.

Las hojas empezaban a teñirse de un color de cobre y naranja, las cortezas blancas de los abedules brillaban a lo lejos como columnas de plata.

Todas las mañanas, los cuatro amigos salían de expedición para cazar o pescar. En las orillas del lago y en las del torrente había mucha caza acuática; patos silvestres, cercetas, ocas del Canadá, avefrías y avutardas. En los bosques abundaban los tordos, los gallos selváticos, las liebres del norte y las nevatillas.

La pesca les proveía de soberbios salmones, de truchas irisadas, de anguilas, de gigantescos sollos y de cangrejos de exquisito sabor.

Gracias a la destreza del piel roja y de lord Burydan, ambos excelentes tiradores, la despensa de la «Casa Azul» estaba siempre abundantemente provista de caza.

En cuanto a Oscar, había descubierto en sí las más felices disposiciones para la pesca con caña, y al poco tiempo se hizo una verdadera notabilidad en este sport contemplativo.

El demente, o, mejor dicho, el enfermo, cuyos compañeros seguían ignorando su nombre y verdadera personalidad, acompañaba unas veces al pescador y otras a los cazadores, a quienes seguía maquinalmente por una especie de instinto comparable al del perro, que no abandona jamás al amo, en quien encuentra siempre protección.

Joë, siempre taciturno, pasaba días enteros sin pronunciar una palabra; pero obedecía siempre las órdenes que se le daban y en todo momento se mostraba servicial, tranquilo y complaciente.

—Este muchacho no está loco —dijo un día lord Burydan, quien le había observado cuidadosamente—. Creo que no tiene más que un poco de amnesia y que no sería imposible curarle.

—Por lo menos —respondió Oscar—, es completamente inofensivo. Dejémosle tranquilo, que ya se aliviará. Se diría que desde que está en nuestra compañía su estado ha mejorado ya sensiblemente.

—Estoy persuadido que en el Lunatic Asylum estaba expuesto a toda clase de malos tratamientos. Cuando mis asuntos estén arreglados, trataré de enterarme del nombre y los antecedentes de este infeliz.

—Ha debido de ser víctima de una de esas historias de secuestro que tan frecuentes son en América.

Algunas veces se le preguntó al demente cómo se llamaba, pero nunca contestó más que lanzando un doloroso suspiro, y, cada vez que se le interrogaba con este objeto, huía al bosque, donde permanecía todo el día sin volver a aparecer. Tuvieron que dejarle tranquilo.

Además, como ya en otra ocasión dijimos, el tiempo, el secuestro y la fatiga, habían alterado de tal manera la obra del Doctor Cornelius, que el parecido con Baruch, que antes era extraordinario, había disminuido mucho.

A Oscar, que conoció al asesino en casa del señor Maubreuil[8] y que sabía, por lo tanto, que Baruch había sido encerrado en el Lunatic Asylum, no se le ocurrió, ni por un momento, que pudiese ser el asesino del señor Maubreuil aquel a quien ayudó a huir.



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