El silencio de los dioses by Jesús Martín García

El silencio de los dioses by Jesús Martín García

autor:Jesús Martín García [Martín García, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2014-05-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 17

FUEGO DE DRAGÓN

Los paisajes se iban tornando cada vez más áridos a medida que se acercaban a Fuego de Dragón. El sol comenzaba a irradiar su calor incluso antes de dejarse ver en un cielo despejado que al amanecer era pálido y al caer la tarde se teñía de un color sangriento. A lo largo del día los rayos de luz eran como flechas de fuego arrojadas contra todo aquel que intentara aproximarse a las rocas rojizas.

Shyra ya había perdido la cuenta de los días que habían pasado. Huían del sol para poder avanzar un mayor recorrido de noche. Habían buscado refugio en cuevas y montañas que pudieran ofrecerles un hueco al cobijo de sus sombras. La muchacha echaba de menos las primeras jornadas de viaje, en los que la visión de las aguas del Éresot era todo un regalo para los sentidos. En las cercanías de Fuego de Dragón no había dulces sonidos ni hermosos paisajes. Tierras agrietadas, como si estuvieran a punto de abrirse y engullirlos a todos; árboles y arbustos con ramas desnudas, escuálidas y sedientas; y un sol enfurecido que intentaba derretirlos con su calor. «Terminaremos abrasándonos», pensaba mientras sus ojos buscaban a Drakkan, que siempre avanzaba a la cabeza del grupo.

El cazadragones les había dicho que estaban a punto de alcanzar el sendero que conducía hasta el mismo corazón de la montaña, el centro de Fuego de Dragón. Para alivio de sus acompañantes, era un camino abierto en la roca. Allí los rayos de luz no podrían herirlos.

Quienes peor lo estaban pasando eran los tres prisioneros. Uno de ellos había intentado escapar. Se las había ingeniado para cortar la cuerda que lo unía a sus dos compañeros. No había logrado llegar muy lejos. Drakkan había impedido que Myler cortara una mano al hijo del fuego como castigo a su intento de fuga. No obstante, el cazadragones fue claro en sus amenazas. «La próxima vez, perderás algo más que la mano».

Bron caminaba a la cola del grupo. Oteaba los alrededores con desconfianza, como si temiera que les estuvieran siguiendo o esperando en algún recodo del camino para caer sobre ellos. El grandullón no solo se caracterizaba por su fuerza. Era un hombre rudo que podría pasarse media vida habitando las áridas tierras del desierto sin quejarse un solo día. Si se habían retrasado más de lo previsto no había sido precisamente por él. En algún momento del viaje había cargado con uno de los prisioneros que, falto de fuerzas, más que caminar se arrastraba por la arena.

—Ya estamos cerca —Drakkan dejó escapar una sonrisa mientras señalaba el paso abierto en la montaña, una brecha que les permitiría avanzar a la sombra de las paredes de piedra rojiza.

—¿Adónde conduce el sendero? —al igual que los demás miembros del grupo, Shyra estaba impaciente por conocer el motivo del viaje. Drakkan les había dicho que una vez que se encontraran lo suficientemente cerca les revelaría su propósito.

—A nuestro destino —respondió el cazadragones, sentándose sobre la arena—. Este es un buen lugar para pasar la noche.



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