El duque de sus sueños by Ellie St. Clair

El duque de sus sueños by Ellie St. Clair

autor:Ellie St. Clair [St. Clair, Ellie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 10

Casi sin darse cuenta, llegó el momento de prepararse para la cena. En unos momentos todos se reunirían en la zona despejada de los jardines. La señora McEwan ya había terminado de arreglar el pelo de Tabitha, esta vez con un peinado más suelto que el de la mañana y, a su vez, ella había entregado previamente la vestimenta y los adornos que la duquesa viuda iba a utilizar para el té.

El vestido de Tabitha era bastante sencillo, sin más adorno que un lazo a la altura del esternón. El color rosa pálido de la seda hacía juego con los zapatos bajos, y también con otro lazo que el ama de llaves le había colocado en el pelo.

Se dejó caer en la cama con un suspiro pensando que, por una vez, hasta echaba de menos la organización del tiempo y la autonomía de la que gozaba en el taller de costura. Por supuesto eran muchas horas de trabajo duro, pero al menos no había lobos detrás de cada esquina dispuestos a darle un mordisco en cuanto bajara la guardia.

Los invitados se reunieron en una gran habitación con cristaleras de suelo a techo y acceso abierto a los jardines. Pese a tratarse de un tentempié por lo temprano de la hora, las cuatro de la tarde, la comida era exquisitamente elegante.

Alexander la esperaba al pie de las escaleras, e inmediatamente le ofreció el brazo.

—Un trabajo antológico el de antes, Tabitha —dijo con su clásico guiño, y a la joven le encantó que la tuteara. Le gustaba Alexander. Hacía escasas horas que lo conocía, pero le había bastado ese tiempo para mostrarse como una persona cálida y auténtica y, lo que era aún más importante, realmente preocupado por las personas a las que quería. Lo que pasa es que no encandilaba su corazón, al contrario de lo que le pasaba con cierto arisco y siempre malhumorado duque.

—Gracias —dijo, al tiempo que paseaba la mirada por el vestíbulo mientras avanzaban hacia el salón acristalado—. De todas formas, es increíble que esa mujer diga semejantes cosas.

Alexander asintió.

—Tienes toda la razón —respondió al tiempo que entraban por las puertas, también de cristal sobre una estructura metálica. Justo en el otro extremo estaba el duque, con Sabine colgada de su brazo—. Parece que están redoblando sus esfuerzos, ¿verdad? Recuerda, Tabitha, estate siempre atenta y mantén el ritmo.

Ni siquiera le dio tiempo a preguntarle qué quería decir con eso cuando vio a la duquesa, que estaba sentada en una mecedora, y a lady Banon a su lado.

—Perdone un momento, lord Rutland —dijo—. Me parece que la duquesa requiere de mis servicios una vez más.

Se soltó de su barco y cruzó la habitación.

—Su excelencia —dijo mientras realizaba una breve reverencia, ignorando por completo a lady Banon—. ¡Tiene usted un aspecto magnifico esta tarde!

Se sentó junto a la duquesa viuda y entabló conversación con ella, dejando a lady Banon con un palmo de narices. Al cabo de un rato se separó de ellas y se marchó.

—Gracias, querida —dijo la duquesa—.



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