Walden Dos by B. F. Skinner

Walden Dos by B. F. Skinner

autor:B. F. Skinner [Skinner, B. F.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Psicología
publicado: 1947-12-31T23:00:00+00:00


20

Frazier nos condujo hacia el sector de las habitaciones personales, y, por un momento, creí que nos llevaría a su propia habitación, por la que sentía cierta curiosidad, pero dimos la vuelta y ascendimos por una pequeña rampa hasta una terraza situada encima de las salas comunes. Muchos miembros estaban allí sentados contemplando el crepúsculo. Era una parte de Walden Dos que no habíamos visto antes.

Soplaba una brisa agradable y el cielo estaba casi uniformemente teñido de rosa. Reunimos unas cuantas «chaises longues» y dos o tres almohadones de cuero, y nos dispusimos a gozar del atardecer y la conversación.

Frazier se dirigió primero a Castle.

—¿Ha dado usted alguna vez un curso de ética, señor Castle? —dijo.

—He venido dándolo cada año desde hace trece años —dijo Castle con la mayor precisión de que era capaz.

—Entonces, podrá decirnos en qué consiste la felicidad —preguntó Frazier.

—¡Oh!, no, no puedo —dijo Castle—, de ninguna manera, no puedo. Llega usted con trece años de retraso.

Frazier empezaba a disfrutar.

—Entonces permítanme explicárselo —dijo.

—No faltaría más —dijo jovialmente Castle—. Pero debo informarle que todo lo que diga será anotado y podrá usarse en contra suya. Esperaba este momento, porque si no me puede demostrar en qué.consiste la felicidad y que ésta pueda realmente darse en Walden Dos, le diré que se quede con sus telares mecánicos, sus depósitos de alimentos y sus bandejas de cristal. Y regresaré a los grandes almacenes y las cafeterías de nuestras ciudades.

—Por supuesto que no sé nada sobre su curso de ética —dijo Frazier —, pero el filósofo que busca unas bases racionales para determinar lo que es bueno me ha recordado siempre al ciempiés que trata de decidir cómo debe empezar a andar. Simplemente, ¡adelante y anda! Todos sabemos lo que es bueno hasta el momento en que nos paramos a pensar sobre ello. Por ejemplo, ¿existe alguna duda de que la salud es mejor que la enfermedad?

—Podría darse el caso de que un hombre escogiera la enfermedad o incluso la muerte —dijo Castle—, y quizá tendríamos que aplaudir su decisión.

—Sí, pero está usted moviendo la ficha que no le corresponde. Trate de mover otra en dirección opuesta —Frazier no jugaba limpio y Castle, naturalmente, se ofendió: se había mostrado amistoso y Frazier se estaba aprovechando de ellos —. En igualdad de condiciones, escogemos la salud —continuó Frazier—. El problema técnico es muy sencillo; quizá mañana tengamos tiempo de visitar nuestro departamento médico. En segundo lugar, ¿acaso puede alguien dudar de que la felicidad implica un mínimo de trabajo desagradable? —Frazier de nuevo se volvió hacia Castle, pero éste sólo le respondió con un hosco silencio.

—¿Y qué? Ésa es la noción del millonario —dije— Quiero decir, el mínimo posible sin abusar de nadie. Debemos siempre pensar en todo el grupo. No es que queramos estar inactivos —hemos probado que no formamos una comunidad ociosa—, pero el trabajo molesto o sin interés es una amenaza para la salud tanto física como psicológica. Nuestro plan inicial fue reducir el trabajo desagradable a un mínimo; pero hemos logrado desterrarlo por completo.



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