Voces en la oscuridad by Erin Hunter

Voces en la oscuridad by Erin Hunter

autor:Erin Hunter [Hunter, Erin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Cuando la patrulla del anochecer regresó y los gatos se dispusieron a compartir lenguas, Glayo salió de su guarida.

—¡Buena suerte! —le deseó Mili mientras bordeaba el claro.

—Ten cuidado —añadió Gabarda.

La joven guerrera estaba compartiendo un escuálido petirrojo con sus hermanos y el curandero percibió el alivio que Mili irradiaba. Él no le había contado por qué su hija se había negado a comer, y ella no le había preguntado. Pero, cuando entró en la guarida del curandero para echarle un vistazo a su hija y la encontró engullendo el ratón, con las zarpas manchadas por las hierbas que había estado clasificando, se quedó encantada.

—Mantenla ocupada —le había aconsejado Glayo—. Gabarda todavía tiene dos patas, y se impacientará si no tiene nada que hacer con ellas.

Leonado y Zarpa de Tórtola estaban describiendo de nuevo la milagrosa derrota del zorro a sus compañeros de clan. Nadie pareció reparar en que la historia cambiaba un poquito con cada nueva repetición. Rosada y Raposo estaban pidiéndoles hasta el último detalle.

—¿Cuál fue tu movimiento vencedor?

—¿Cómo esquivaste sus colmillos?

Glayo aún no les había contado su visión a Leonado y Zarpa de Tórtola. Primero quería ir a la Laguna Lunar. Quería averiguar si el resto del Clan Estelar coincidía con Fauces Amarillas. Salió por la barrera de espinos, dejando atrás las voces de sus compañeros de clan.

Al salir del bosque, el viento del páramo le atravesó el pelaje. Agachando las orejas, Glayo recorrió la ladera hasta la zanja donde los curanderos se reunían para viajar juntos a la Laguna Lunar. Las patas se le hundieron profundamente en la nieve. En los ventisqueros le llegaba hasta la barriga, y cuando captó el olor de Azor y Blima ya estaba sin aliento.

—¡No hace buen tiempo para viajar! —exclamó.

—Al menos ha dejado de nevar —respondió Azor.

Blima, que olía a peces, se sacudió el pelo.

—¿Podemos irnos ya? Estoy helándome.

—¿Dónde están Cirro y Rosero? —Glayo saboreó el aire, pero no detectó el menor rastro de los curanderos del Clan de la Sombra.

—Tendrán que darnos alcance. —Blima ya se había puesto en marcha—. Hace demasiado frío para quedarnos quietos.

Azor siguió a la curandera del Clan del Río y la nieve crujió bajo sus zarpas.

—Esperemos que nuestras huellas les faciliten el camino.

Desde luego, a Glayo sí lo ayudaron. Siguió los huecos que los otros dos iban dejando en la nieve, pero, incluso así, necesitó de toda su concentración para mantener el equilibrio en la orilla rocosa del arroyo. No pudo colarse en los pensamientos de sus compañeros. Para cuando ascendió la última pendiente que llevaba a la Laguna Lunar, estaba sin resuello.

Blima lo esperaba en lo alto de la cuesta.

—No hay ni rastro de Cirro y Rosero —anunció—. Espero que no haya problemas en el Clan de la Sombra.

—Si los hay, lo descubriremos enseguida —maulló Azor.

—¿Creéis que deberíamos esperarlos? —preguntó la gata.

Glayo ya había tomado la senda que descendía en espiral hasta el agua.

—Si desde aquí no los ves subiendo por el sendero, es que ya no vienen.

La nieve cubría las rocas erosionadas por las innumerables patas que las habían pisado antes que él.



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