Una vida perfecta by Mario Escobar

Una vida perfecta by Mario Escobar

autor:Mario Escobar
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2018-01-25T23:00:00+00:00


Capítulo 19. Sandra Manzano

Al día siguientes mientras estábamos desayunando escuchamos un fuerte sonido fuerte en la parte trasera de la mansión. Marcela se sobresaltó, aún parecía muy asustada por lo sucedido el día anterior. Nos asomamos por el gran ventanal y vimos un helicóptero aterrizando en una explanada. Bajaron dos hombres vestidos de traje y se dirigieron hacia la casa. Unos minutos más tarde estaban frente a nosotros presentándose.

–Señor Javier Dorado y señorita Marcela García, somos Pablo Nadal y Raúl Bocanegra. Los llevaremos hasta la finca de don Simón. Él se reunirá con ustedes mañana –dijo el hombre más alto tenía el pelo rizado y varias pequeñas cicatrices en la frente. El otro hombre era más pequeño, pelirrojo y con cara aniñada.

–Déjenos un momento, tenemos que recoger nuestras cosas –le comenté.

En cuanto estuvimos a solas Marcela se me acercó y me dijo en un susurro.

–No me gusta esa gente, parecen dos matones.

–Son guardaespaldas y, como comprenderás, Simón tiene que rodearse de gente como esta para sobrevivir. Ahora mismo Venezuela es un país sin ley.

Nos encontramos con Inés en la planta baja. Parecía algo apesadumbrada, como si no hubiera dormido bien la noche anterior.

–Mañana nos veremos en la villa. Les va a encantar, se encuentra dentro del Parque Nacional de Canaima, es una de las zonas más bellas de nuestro país. Seguro que tenemos la oportunidad de visitarlo y que vean los saltos y otros lugares maravillosos.

–Muchas gracias por su hospitalidad –le comenté.

No la convencí, pero quince minutos más tarde ya estábamos al pie del impresionante aparato. El ruido era ensordecedor, entramos en la cabina y nos pusimos unos auriculares. Después aquel colosal helicóptero comenzó a ascender suavemente hasta que la casa se convirtió en una pequeña pieza del inmenso puzle que parecía la ciudad de Caracas, con los rascacielos, las urbanizaciones de lujo y los ranchitos cubriendo todos los cerros que rodeaban la ciudad. A medida que nos alejábamos, un mar verde lo invadió todo. Durante poco más de hora y media que duró el trayecto, me quedé hipnotizado observando los bosques, prados y pequeñas ciudades que encontrábamos a nuestro paso.

El Parque Nacional de Panaima hacía frontera con la Guayana y Brasil; era una de las zonas menos habitadas del país y que se conservaba prácticamente virgen. Muy pocos tenían el privilegio de perderse en sus selvas, sabanas, lagos y bellísimos rincones. No había ido a Venezuela para hacer turismo, pero sin duda aquel era uno de esos lugares del mundo que no se puede perder.

Después de los inmensos bosques llegamos a un pequeño claro en el que la selva parecía menos frondosa, una mansión sobresalía como un barco sacudido por las olas, al lado un helipuerto, canchas de pádel y tenis, junto a una piscina y una casa más pequeña.

En cuanto pisamos la finca comprendimos que era la cárcel más bella del mundo. De allí era casi imposible llegar a cualquier parte. La localidad más próxima era San Francisco de Yuruaní, poco más que una aldea en medio de la nada, pero para llegar a ella debíamos emplear casi dos horas de carreteras endiabladas.



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