Un gran amigo (Edición mexicana) by Lisa Thompson

Un gran amigo (Edición mexicana) by Lisa Thompson

autor:Lisa Thompson
La lengua: spa
Format: epub
editor: Destino México
publicado: 2020-03-09T18:54:10+00:00


17

Kitty llama a la puerta

A la mañana siguiente, todavía acostado en la cama, hojeé mi libro.

¿Sabes cómo se inventó el perro caliente? En 1876, una dama llamada Eloise Gibson estaba sentada comiendo un rollito de salami en un día excepcionalmente caluroso en Central Park cuando Stanley Robinson pasó por su lado con Poochy, su Jack Russell. El pequeño perro se detuvo allí y olfateó el tobillo de Eloise, que soltó un grito, y su rollito de salami salió disparado por los aires.

—Ay, Dios mío. Lo siento mucho —dijo Stanley—. ¡Poochy solo quería saludarla!

Eloise miró su almuerzo, que ahora reposaba en el lomo del perrito.

—Yo que usted, caballero, me llevaría a su perro a un lugar más fresco. ¡Es claramente un perrito caliente!

Stanley miró a la mujer.

Miró a su perro.

Y ese, queridos lectores, fue un momento de los de decir «¡eureka!». Stanley Robinson inventó el perro caliente y se hizo multimillonario.

Había visto un programa de televisión en el que hablaban de la historia del perro caliente y estoy convencido de que contaron algo relacionado con Alemania y los perros salchicha, no con los Jack Russell. Me quedé acostado un rato, escuchando los sonidos de la vieja y ruinosa cabaña. Deseaba que mamá hubiera regresado en mitad de la noche sin que la hubiera oído. Pero todo lo que pude escuchar fue el susurro de los árboles de fuera y a un mirlo que cantaba como si su vida dependiera de ello.

—¡Nate! ¡Nate! ¿Estás ahí?

Me incorporé en la cama de un salto. ¿Mamá? ¿Era mamá? Salté de la cama. Había alguien abajo.

—¡Habíamos quedado a las diez en punto! ¿Hola?

El estómago me dio un vuelco en cuanto reconocí la voz. No era mamá; era Kitty. Envuelto con la manta del vaquero, me dispuse a bajar.

Cuando abrí la puerta del salón ella ya había entrado. Llevaba su gorro de lana azul y su bolsa café cruzada al pecho. Pensaba que había cerrado con llave y me enfadé conmigo mismo por haberme olvidado. Cualquiera podría haber entrado durante la noche.

—Vaya, estás despierto. Bueno, más o menos. ¿Estás enfermo?

Negué con la cabeza. No era mamá. Todavía no había regresado y yo volvía a sentir un nudo en el estómago.

—No, es solo que no me había dado cuenta de la hora que era. ¿En... entraste sin llamar?

Casi no podía creer que hubiera hecho algo así. Abrió la boca, pero luego se encogió de hombros.

—Tenía frío. Bueno, ¿vas a prepararte o qué? Todavía tenemos que resolver la siguiente pista.

Recordé que ya había adivinado la respuesta y me reí.

—¡Espera aquí! —dije, y subí las escaleras para vestirme.

Tenía tanto frío que agarré una sudadera del ropero de mi habitación procurando ignorar el olor a polvo. Las mangas me quedaban larguísimas, así que las remangué tanto como pude. También tomé la carpeta del cajón de abajo; la de los planos y el mapa de la casa y los terrenos.

Hacía tanto frío en el baño que se había formado una fina capa de hielo por la parte interior de la ventana y dibujé un círculo diminuto arañando con la uña mientras me cepillaba los dientes.



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