Un caso de tres perros by S. J. Bennett

Un caso de tres perros by S. J. Bennett

autor:S. J. Bennett [Bennett, S. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


24

Desde su apartamento de Richmond, Billy MacLachlan estaba hablando por FaceTime con su nieta en la isla de Wight cuando un aviso de llamada entrante apareció en su pantalla. Era la hora de acostarse de Betsy, que acababa de cumplir siete años, y él le estaba contando un cuento antes de dormir. Su carita rosada y mofletuda llenaba la pantalla y lo contradecía una y otra vez, ordenándole que cambiara su versión.

Era agotador, pero también el mejor momento del día con creces. Nada que no fuera una emergencia nacional lo haría renunciar a Betsy a esa hora… pero el número en su pantalla tenía mucho de emergencia nacional.

—Lo siento, cielo, tengo que marcharme.

—¿Por qué, abuelito? Estabas a punto de llegar a la parte del hada cascarrabias.

—La reina de Inglaterra necesita mi ayuda.

—Pero abuelito…

MacLachlan ya se había desconectado. Probablemente Betsy les diría a sus padres que el abuelito Billy decía que había vuelto a llamarlo la reina de Inglaterra, y ellos se reirían y le explicarían que era el pequeño chiste del abuelo, porque trabajaba para ella tiempo atrás. Sin duda sospechaban que en realidad era su clave para indicar que tenía problemas de «cañerías», o quizá se trataba de alguna novia secreta, a la que francamente tendría todo el derecho del mundo, puesto que la abuela Deidre había muerto veinte años atrás. Lo cierto era que a MacLachlan no le importaba lo que pudieran pensar, siempre y cuando no sospecharan que podía estar diciéndole la verdad a su nieta. En cualquier caso, no era exactamente la reina de Inglaterra, sino más bien la «monarca del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y de sus otros reinos y territorios, jefa de la Commonwealth y defensora de la Fe». Había usado una especie de abreviatura: una sinécdoque, la parte por el todo.

—¿Sí, majestad?

—Espero no estar interrumpiendo su velada.

—Solo estaba hablando con mi segunda Isabel favorita, señora. —Eso no era del todo cierto, pues Betsy era la luz de su vida, pero Disraeli aseguraba que al hablar con la realeza había que añadir halagos a paletadas—. ¿Qué puedo hacer por usted?

En esta ocasión fue la reina quien le contó un cuento a él.

Empezaba con unas pinturas olvidadas, descubiertas en el almacén de otro palacio real, y acababa con el cadáver hallado en la piscina del palacio de Buckingham el mes anterior, que a él siempre le había parecido de lo más sospechoso, pese a lo que decía la prensa.

Hacía solo unos meses que la jefa y él habían hablado sobre otro asesinato. Tras haber trabajado en su guardia personal, MacLachlan había ascendido hasta llegar a inspector jefe y acumulado una buena pensión, y después se había jubilado en el refinado municipio de Richmond, donde se aburría como una ostra. Así que siempre agradecía poder ejercitar su cerebro más allá del crucigrama y el polígono del Times.

La reina recurría a él de vez en cuando, aunque siempre lo hacía de manera encubierta, y él se alegraba de que así fuera.

—De modo



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