Todo lo que no puedo decir by Emilie Pine

Todo lo que no puedo decir by Emilie Pine

autor:Emilie Pine [Pine, Emilie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


NOTAS SOBRE EL SANGRADO

Y OTROS CRÍMENES

Como todo el mundo sabe, el truco para escribir bien es desangrarse sobre la página. Me imagino al hombre que acuñó la frase, sentado ante la máquina de escribir, con la página en blanco delante. ¿Qué tipo de sangre imaginó? ¿Sangre de una vena de un brazo? ¿O de una pierna? ¿Quizá de una herida en la cabeza? Cabe suponer que no pensaba en sangre de útero. De esta sangre tengo a raudales, sangre de menstruación, sangre de embarazo, sangre de aborto espontáneo, sangre de no estar embarazada otra vez, sangre perimenopáusica. Sigue manando y sigo absorbiéndola. Embutiéndome algodón blanqueado en la vagina para contener el flujo, rellenándome las bragas, pegándome compresas nocturnas «con alas», confiando en no manchar las sábanas de un hombre ni arrancarme demasiado vello púbico con las tiras adhesivas de protección extra. Cubriéndome con «bragas menstruales», esas deslucidas prendas interiores recuperadas del fondo del cajón cada mes. Y todo este tiempo he estado equivocada, debería haberme sentado al escritorio y derramar la sangre por la página, dejar que el rojo chillón rellenara el blanco.

Cuando me vino la primera regla estaba en el colegio y me morí de vergüenza. Fue en clase de geografía, y cuando nos levantamos al sonar el timbre un amigo se inclinó a decirme que tenía el vestido mojado por detrás. Lo miré sorprendida, convencida de que bromeaba. Pero cuando miré detrás, vi que tenía razón: tenía una mancha oscura en la falda y había un pequeño charco de sangre en la silla de plástico. Mis compañeros de clase, al verme abochornada, retrocedieron en silencio para dejarme paso. En el lavabo de chicas me senté encorvada y resentida, amontonando papel higiénico para protegerme durante lo que quedaba de día. No quería aquella sangre. En casa lavé las bragas en el lavamanos del baño, las colgué a secar al final del tendedero y confié en que nadie se fijara. Incapaz de mantener con mi madre la temida conversación sobre convertirse en mujer, robé unos tampones en la tienda e intenté no llorar de dolor cuando me puse uno y mi cuerpo se resistió al proceso. Limpiar, insertar, proteger. A los doce años intuí una vida entera sangrando. Y sentí que mi cuerpo me había fallado.

Nunca se me había dado bien captar el paso del tiempo. Por momentos incluso me olvidaba de qué día era, pero ahora tenía un calendario interior que no podía obviar. El implacable sangrado mensual. Limpiar, insertar, proteger. Por mi rechazo a adaptarme a este ritmo nuevo, a veces me pillaba desprevenida. Una vez estaba de vacaciones y, demasiado tarde, caí en la cuenta de que no había metido compresas en la maleta. Apretujé papel higiénico del hotel en forma de tosco tampón y enrollé un poco en el refuerzo de las bragas. Iba a menudo al lavabo para comprobar que no hubiera pérdidas. Cuando, a los pocos días, dejé de sangrar, lloré de alivio. Otras niñas parecían igual de ignorantes en lo referente a la regla.



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