Tierra mojada by Manuel Zapata Olivella

Tierra mojada by Manuel Zapata Olivella

autor:Manuel Zapata Olivella [Zapata Olivella, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1947-01-01T00:00:00+00:00


El barco dejó de empitonar la corriente y se escoró en la barranca. Los vendedores de bocadillos no tardaron en abordarlo y sus miradas observaron curiosas al Mono. Su interés se debía a que en la orilla se encontraba Jesús Espitia, rodeado del alcalde, Calixto Flores; de Félix Morelos, el cura Olascuaga y de otros personajes de menor cuantía que habían llegado al puerto a recibirlo, después de una larga permanencia al lado de su madre en Cartagena. No faltaron, desde luego, muchas damitas del pueblo ansiosas de coquetear desde el primer momento con el heredero del rico hacendado, que saludaba a todos desde la baranda del barco, complacido de aquel recibimiento.

No bien se tendió la plancha, cuando el fornido cuerpo de Félix Morelos puso sus pies tardos sobre ella y la recorría con paso de orangután amaestrado, desnuda su arcada dental en mitad de su carota negra. Detrás seguíanle de cerca varios peones robustos, pero más garbados y seguros que él sobre la plancha. Los vendedores de bocadillos y la tripulación del barco dieron paso al Mono, que lucía un pantalón carmelita de shark-skin, camiseta de sport a rayas y un casco gris, que hacían recordar a los ascendientes paternos. Morelos, tras él, repetía sus inclinaciones de cabeza, cargadas las manos con sendas maletas; los peones, con los baúles, cerraban el cortejo que tanto llamó la atención a la gente.

Nadie había reparado en el nuevo maestro. Perdido entre la multitud curiosa, al hombro la derruida maleta, saltó a los barracones de la orilla y ya en camino del pueblo preguntó a unos chiquillos por la escuela. En eso estaba cuando se acercó un joven de pies descalzos, ancha la cara y de mirar vivo.

¿Es usted el nuevo maestro? —preguntó, con decisión, seguro de no equivocarse.

Sí; ando en busca de la escuela.

—Deme usted la maleta, yo lo llevaré hasta allá; pero sepa que la casa está casi en el suelo. Los otros maestros no hacían otra cosa que emborracharse y nadita de enseñanza.

Mientras hablaba, el muchacho cargó la maleta, asombrándose sin confesarlo, de lo poco que pesaba. Caminaba rápido y voluntarioso, hundiendo sus pies en la arena de la calle con destreza. El maestro, por el contrario, se rezagaba, inhabituado a las irregularidades del camino. Para disimular un poco su retraso, interrogó:

¿Cómo te llamas?

—Azael Montes; papá lo ha mentado mucho. Dice que lo conoce desde niño; que usted se llama Marco y es hijo de Antonio Olivares, el buen maestro de Lorica.

—¿Conque tú eres el hijo de Ezequiel Montes? No me extraña que conozcas a mi familia con pelos y señas.

Quedó atónito al mirar la casa en donde funcionaba la escuela. Las paredes, de boñiga y bahareque, como le hubiera anunciado Azael, estaban en lamentable estado. En el interior, los bancos y tableros lucían el abandono y la ausencia de las manos infantiles sobre el polvo y la telaraña que cubrían los muebles. Las lluvias habían penetrado por el caballete y desteñido las pizarras. En presencia de la incuria de



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.