Sinuhé, el egipcio (V1.7) by Mika Waltari

Sinuhé, el egipcio (V1.7) by Mika Waltari

autor:Mika Waltari [Waltari, Mika]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1945-01-01T00:00:00+00:00


LIBRO DÉCIMO

LA CIUDAD DEL HORIZONTE DE ATÓN

Horemheb regresó al país de Kush en pleno verano. Las golondrinas habían huido hacia el barro; el agua se corrompía en los estanques y la langosta y el escarabajo de la viña atacaban las cosechas. Pero los jardines de los ricos tebanos desbordaban de flores y lozanía; de ambos lados de la avenida flanqueada por carneros de piedra los arriates brillaban con todos los colores, porque en Tebas sólo los pobres carecían de agua abundante y veían su comida estropeada por el polvo que se depositaba en espesas capas sobre ella y cubría las hojas de los sicómoros y las acacias en el barrio de los pobres. Pero al Sur, al otro lado del río, la casa dorada del faraón levantaba sus muros en la bruma estival y sus jardines eran como un sueño azulado y palpitante. El faraón no había abandonado su palacio para irse a sus pabellones del Bajo País. Por esto todo el mundo sabía que se preparaba un acontecimiento importante y la inquietud llenaba los espíritus, como cuando el cielo se oscurece bajo un viento de arena.

Nadie quedó sorprendido cuando al alba las tropas entraron en Tebas por todas las rutas procedentes del Sur. Escudos polvorientos, lanzas de puntas centelleantes y cuerdas de arcos tendidas; los soldados negros avanzaban por las calles lanzando miradas de curiosidad a su alrededor, de manera que el blanco de sus ojos relucía extrañamente en sus rostros cubiertos de sudor. Precedidos por sus bárbaras insignias penetraban en los cuarteles, donde pronto se encendieron los fuegos para calentar las gruesas piedras de los hogares. En el mismo momento la flota de guerra amarraba en los mullidas y se descargaban los carros de guerra y los caballos empenachados de los jefes, y entre estas tropas no figuraban tampoco egipcios, sino negros del Sur y sardos de los desiertos del Noroeste. Ocuparon la villa y después de haber encendido los fuegos de guarda en las esquinas, se cerró el río. Durante la jornada, el trabajo cesó en los talleres y los molinos, en los almacenes y los depósitos. Los comerciantes recogieron sus tenderetes y cerraron las ventanas con planchas de madera, y los dueños de casas de placer y tabernas contrataron enseguida hombres fuertes para protegerlos. La gente se vistió de blanco, y de todos los barrios la muchedumbre afluía hacia el templo de Amón, cuyos patios pronto estuvieron llenos a rebosar.

En aquel momento circuló la noticia de que el templo de Atón había sido mancillado y profanado durante la noche. Habían arrojado sobre el altar un perro muerto y el guardián había sido encontrado degollado de oreja a oreja. La gente cambiaba entre sí miradas inquietas, pero muchos no pudieron impedir sonreir secretamente con maligna satisfacción.

—Limpia tus instrumentos, ¡oh dueño mío! —me dijo Kaptah—, porque, si no me equivoco, tendrás antes de la noche mucho trabajo y podrás incluso hacer trepanaciones.

Pero nada especial ocurrió durante la tarde. Solo algunos negros ebrios saquearon algunas tiendas y violaron algunas



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