Sin alma by Sebastián Roa

Sin alma by Sebastián Roa

autor:Sebastián Roa [Roa, Sebastián]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-05T00:00:00+00:00


27

Verano de 1210. Minerve

Los dos almajaneques menores quedaron listos en pocos días, y acto seguido iniciaron el ataque contra las murallas. La distancia de tiro era corta, así que el blanco estaba asegurado tras breves correcciones. Los ingenieros apuntaban a un lienzo y, tras derruirlo, castigaban otro distinto. Los escombros se acumulaban en el fondo del barranco, arrastrando en su caída parte de los empinados taludes. Con cada pequeño derrumbe, los sitiadores montaban un jolgorio tras las albarradas, y los de Minerve respondían lanzando alguna tímida andanada de flechas que no hacía sino aumentar las burlas de los norteños.

A finales de junio, por fin, se terminó el almajaneque grande. Todos juraron que jamás habían visto monstruo semejante. Simón contempló la catapulta con orgullo y, a propuesta de Lambert de Thury, la bautizó como Malavecina. A continuación dio la orden de lanzamiento.

Tres hombres acarrearon un bolaño inmenso para acomodarlo en la bolsa de disparo. Uno de ellos descargó el mazo sobre el dispositivo que mantenía trabado el gran brazo de madera, y el chirrido sonó como si abrieran las puertas del infierno. La viga se levantó con aparente lentitud, arrastrada por su contrapeso, y tiró de las cuerdas que sujetaban la bolsa. Simón aguantó la respiración mientras el largo brazo pivotaba sobre el eje. La bolsa se fue detrás, trazó una parábola y, al llegar al tope, soltó su carga. El pedrusco voló sobre el barranco, pero, en lugar de dirigirse a la escalinata, se elevó sobre la muralla.

—Necesitamos proyectiles más pesados —rumió Arnaldo Amalarico.

El bolaño terminó su vuelo ascendente y picó. Los de Minerve, expectantes desde los adarves, la vieron pasar sobre sus cabezas y se volvieron, siguiendo la trayectoria de la roca. Se oyó el golpe sordo cuando impactó sobre un tejado, y una nube rojiza ascendió con lentitud. Después llegó el sonido de los chillidos y las maldiciones de los sitiados. Pese a no acertar en el objetivo, aquello se les antojó a los sitiadores un clamoroso triunfo. Simón levantó el puño, y sus hombres gritaron para celebrarlo. Siete u ocho flechas volaron inofensivas desde lo alto de la muralla, y tres o cuatro de ellas se clavaron en las albarradas.

La Malavecina era más bien una mala bestia, y necesitaba bolaños tan pesados que solo podía dispararse diez o doce veces al día. La cadencia habría sido mayor, pero no era fácil llevar los proyectiles hasta ella. De todos modos, en medio día se había corregido el cálculo de tiro, y en una semana los ingenieros habían logrado hacer blanco tres veces contra la escalinata. Una tarde, bajo un calor capaz de derretir las montañas, un bolaño se clavó en la base del barranco y la construcción se vino abajo, incluidos varios tramos de escalera. Minerve se había quedado sin suministro de agua.

—Apuntad ahora a la ciudad —ordenó el legado papal—. Derribemos esos nidos de pecadores.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.