Rendidos by Benito Gómez Ibáñez

Rendidos by Benito Gómez Ibáñez

autor:Benito Gómez Ibáñez [Chang-rae Lee]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788433934048
editor: Editorial Anagrama
publicado: 2012-09-08T00:00:00+00:00


9

Al final de su declaración escrita en la comisaría del distrito, tras describir sus relaciones con Nicholas, la anticuaria de Londres añadía el siguiente colofón a su testimonio: «El señor De Nicole, o comoquiera que se llame, era en todos los aspectos un joven encantador, muy entendido y sumamente desenvuelto. Aparte del valor de las piezas robadas, su marcha significará una gran pérdida para nuestra empresa.»

De modo que, pensó June, alguien más le echaba de menos.

Que esa opinión se hubiera formulado apenas un mes atrás le produjo una congoja especial, y mientras miraba por la ventanilla del sedán que Clines había alquilado, June comprendió que lo que estaba sintiendo, pese a las circunstancias, era un hondo arrebato de orgullo materno.

Sumamente desenvuelto.

Los limpios caracteres de aquellas palabras obraron como un bálsamo en su cuerpo, porque apenas podía reprimir los gritos por el tremendo dolor que sentía en las extremidades y articulaciones. De momento parecían lejanas alarmas, bastante reales y urgentes pero dirigidas a alguna otra infeliz, a otra mujer moribunda. Aquella mujer agonizante, por otra parte, que llevaba un gorro de lana y un chal de seda confortablemente echado sobre los hombros en un templado atardecer de otoño, de hecho estaba disfrutando del primer buen día del final de su vida, y ni siquiera las sacudidas del trayecto lleno de baches por la autovía del West Side podía hacerle pensar de nuevo en sus miserables huesos. Porque era posible que Nicholas fuese bueno en el fondo; que en lo esencial no tuviera nada malo; que por muchos delitos que hubiera cometido fuera un joven competente y prometedor; que para desarrollarse lo único que necesitara, irónicamente, era volver al mundo.

Se trataba de la lógica demencial de su enfermedad, por supuesto, y aunque comprendía que así era, sus pensamientos sobre Nicholas le procuraban tanto refugio y consuelo como los paliativos de su médico, aquellas mantas cálidas de su nueva vida. Algo había empezado a pasarle a su cuerpo en las últimas semanas, y ahora recordaba lo que el médico le había advertido un mes atrás cuando ella le dijo que no volvería a verlo más, que se iba al extranjero. El doctor Koenig le anunció que el dolor cambiaría y evolucionaría, iría a peor, se agravaría mucho y acabaría por abrumarla. A ella le gustaba su franqueza, incluso antes de que dejara de ser paciente suya. Cuando el doctor Koenig le comunicó por primera vez el diagnóstico del tumor en el estómago, sintió que se le escapaba un horrible quejido por la garganta, porque por la insistencia de su inquebrantable mirada comprendió que había pocas esperanzas. Claro que el doctor Koenig nunca diría algo así, porque era famoso por sus técnicas agresivas e innovadoras, pero también por su absoluta negativa a rendirse, fueran cuales fuesen las circunstancias.

Su caso era apasionante, le confesó un médico interno, porque el tumor se le había introducido en el estómago de una forma nada corriente. Ella preguntó de qué forma y el joven doctor, con involuntario ánimo poético, le dijo: Como dedos en un tarro.



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