Para Isabel by Antonio Tabucchi

Para Isabel by Antonio Tabucchi

autor:Antonio Tabucchi
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
publicado: 2014-11-04T23:00:00+00:00


6. Sexto círculo. Masda. Cura. Macao. Comunicación

El paseo de los jardines estaba desierto. Había un viejo guarda chino con una gorrita de visera de plástico en la que estaba escrito: Cueva de Camões.

Estamos cerrando, dijo el guarda, voy a cerrar la verja. Con un rato tendré suficiente, intenté decir sonriendo, sólo un paseíto hasta la cueva de Camões. El contestó con lógica: ¿por qué visitar la cueva de Camões a estas horas?, vuelva mañana por la mañana, los jardines estarán más frescos, la cueva estará fresca, mañana por la mañana podrá disfrutar del fresco, ahora sólo hay murciélagos durmiendo. Sí, lo entiendo, contesté yo, pero se da el caso de que necesito visitar la gruta precisamente esta noche, he tenido una inspiración. El guarda se quitó la gorra y se rascó la cabeza. No entiendo, dijo. ¿Cómo te llamas?, le pregunté. El esbozó una tímida sonrisa. En el registro civil me llamo Manuel, contestó, porque aquí en el registro civil tenemos nombres portugueses, pero mi verdadero nombre, el chino, es otro. Pronunció un nombre chino y volvió a sonreír. ¿Y qué significa tu nombre en chino?, pregunté. Quiere decir Luz que Brilla sobre el Agua, contestó él. Me pareció una ocasión magnífica y le tomé del brazo. Escucha, Luz que Brilla sobre el Agua, dije, yo también tengo una luz que brilla, y precisamente por esa luz tengo que entrar en la cueva esta noche, ¿la ves allá arriba? Extendí el brazo y le señalé una estrella reluciente, la más reluciente del cielo. Es de allí de donde me viene la inspiración, o la sugerencia, dije, llámalo como te parezca. El también unió su brazo al mío y extendió un dedo. Las estrellas nos guían, dijo, lo guían todo, sólo que nosotros, pobres hombres, no lo sabemos. Tú me confortas, amigo mío, continué, porque me entiendes, verás, he recibido un mensaje de esa luz que brilla, se llama Sirio. El acercó su brazo extendido al mío y me miró con aire interrogativo. Tú no conoces el cielo de Macao, me dijo como si se disculpara, lo siento pero no lo conoces en absoluto, en chino tiene su propio nombre, pero vosotros en latín a esa estrella la llamáis con otro nombre, si no me equivoco en tu idioma se llama Canopus, aquélla es la estrella Canopus, estás muy equivocado, amigo mío, porque en estas latitudes tu estrella no puede verse, yo de las cosas del cielo entiendo, las he estudiado. Lo imité y me rasqué la cabeza. Bien, dije, me lo tomo con deportividad, pero en todo caso me ha llegado un mensaje, si es Sirio o Canopus la que me lo envía no sabría decírtelo, pero el caso es que esta noche tengo que ir a esa cueva donde el gran poeta tuerto celebró la cristiandad en el siglo XVI.

El rebuscó en el bolsillo y sacó un manojo de llaves. Aquí no vienen más que chinos con sus jaulitas, dijo siguiendo una lógica que se me escapaba, cada persona



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