Notas para la aclaración de un suicidio by Ramón Eiroa

Notas para la aclaración de un suicidio by Ramón Eiroa

autor:Ramón Eiroa [Eiroa, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1981-04-17T00:00:00+00:00


Nota número 19

Vengo a ver tus pieles, Marga, dijo Pepo mientras se sentaba en uno de aquellos cómodos sillones que Marga había instalado en la peletería; vengo como si fuese un cliente más, así que atiéndeme bien. ¡Hombre, Pepo; qué alegría me da el verte! Marga besó cariñosamente al hombre. ¿Quién es la feliz criatura a la que quieres sorprender? ¿Un visón? ¿Un chaquetón de zorro o simplemente una estola para salir del paso? No, no, sonrió Pepo; no se trata de eso. La realidad es que he venido a visitarte; hacía ya algún tiempo que no te veía y me apetecía hablar contigo. Bueno, la verdad es que siempre me apetece hablar contigo pero tú te me escurres como una golondrina veloz. ¿No será que me tienes miedo?, añadió bromista. Pues mira, respondió Marga, a lo mejor es eso, que te tengo miedo; algo así como si tú fueras el lobo y yo la dulce ovejita que como se descuide puede ser tragada por la feroz alimaña. Pepo continuó la broma: ¿Y no podría ser al revés? ¿Eh, qué me contestas a eso? ¿Al revés?, contestó Marga; ¿has visto alguna vez una ovejita que se meriende a un feroz lobo? Eso no ocurre ni en los cuentos de los niños. Oye, Marga, ¿qué te parece si diéramos un paseo y nos oxigenásemos un poco? Me hace falta pasear desordenadamente, sin rumbo fijo; inhibirme de problemas y cosas; ¿qué te parece? Pues mira, no me vendría mal; acepto. Espera un momento a que cerremos; terminamos en seguida. Mientras mira a ver si te gusta alguna piel por si quieres sorprender a alguien. A ti, Marga, es a quien me gustaría sorprender. ¡Ah, no! Yo no te vendo una piel para que me sorprendas; a mí me la tendrías que traer de Alaska. Pues tendré que ir a Alaska por ella porque pienso sorprenderte. Anda, anda, no seas gamberro. Espera un momento.

Marga y Pepo salieron a la calle y comenzaron a pasear pausadamente sin marcarse un rumbo determinado. Aquí tomo un café, allí me paro ante un escaparate, más allá compro un pastel de nata, que me encantan; mientras, la tarde caía pausadamente. Era un paseo deslavazado; andaban tan lentamente que había ocasiones en que los pies se adelantaban a la voluntad de moverlos y perdían el equilibrio como si tropezasen con algo. Verdaderamente, Marga, hacía mucho que no me dedicaba a gastar el tiempo de esta manera y, desde luego, tiene su aquél y su encanto. Me gusta este bocadillo de anchoas que me estoy comiendo sin manteles ni vinos de marca; me encanta que tenga que estar pendiente de que la gota de aceite no se escurra por la barbilla; me encanta que te burles de mí y te rías cuando me lleno la boca y no puedo contestarte. Siento cómo es dulce perder el tiempo sin hacer nada, sin pensar en nada, sólo haciendo frente al minuto que se presenta. Ni siquiera hay que olvidar nada tampoco, porque lo que habría que olvidar no está presente en mi mente en este momento.



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