Mundus novus by Carlos Serrano

Mundus novus by Carlos Serrano

autor:Carlos Serrano [Serrano, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-02-21T00:00:00+00:00


Valle de Las Poblaciones, aquella mañana

Máximo sacó un borono del zurrón, lo emparedó entre dos rebanadas de pan de centeno y saboreó el desayuno admirando las vistas que poseía desde la peña donde montaba guardia. Como le sucedía cada vez que oteaba el horizonte, el palentino no pudo evitar entristecerse tras buscar con ahínco la lejana e inconfundible silueta de Cayo. Un día más, su hermano seguía sin aparecer, incumpliendo la promesa que le hiciese hacía ya casi un mes. Las tierras de la costa parecían habérselo tragado, y ni Sisalda ni Máximo tenían ya ganas de conjeturar. La bereber creía que estaba muerto, y ante el opuesto optimismo de Máximo, Sisalda defendía que solo podía haber partido hacia el cielo, porque Cayo jamás los abandonaría a su suerte: se lo había prometido.

Las consecuencias de la desaparición de Cayo se habían dejado sentir en todo el valle de Las Poblaciones. Sin cabeza ni guía por primera vez en sus serviles vidas, las familias otrora vinculadas al obispo Fidel de Pallantia se hallaban confusas y atemorizadas. Máximo, heredero del linaje, era demasiado joven e inexperto para ser dominus, y ninguno de los siervos más veteranos, como Munio o Josefo, se atrevieron a dar un paso al frente. Acobardados, los ancianos ordenaron a los más jóvenes vigilar desde los altos: ahora que sus ganados pacían en el valle, unos pocos hombres bastaban para guardarlos. Temían al mundo exterior, y, sobre todo, temían que el mal que provocase la desaparición de Cayo pudiese caer sobre Las Poblaciones, llevándoselos a todos.

Con la mirada perdida en el desfiladero que debía custodiar desde lo alto, Máximo se sobresaltó al escuchar el rodar de unas piedras a su espalda, y se giró por completo, empuñando la jabalina. Percibió un ligero movimiento y apuntó hacia una gruesa roca tras la cual se ocultaba el camino que conducía al valle. Tras ella surgió Sisalda, que portaba a su espalda a los bebés, Zizyad y Aksil.

—¡Buenos días, Máximo! Mira lo que tengo para ti.

Sisalda se descolgó el zurrón que portaba atado a la espalda, y de él sacó una capa de piel de zorro de la que sobresalían dos colas rojizas que servían para proteger el cuello del viento y la nieve. Agradecido por el regalo, Máximo abrazó a la bereber y esta soltó una risa, la primera en muchos días.

—Te he oído toser esta noche… —Una sombra de preocupación maternal apareció en el rostro de Sisalda—. Estas tierras son húmedas, y tú estás acostumbrado a Pallantia. Enfermarás si no te abrigas.

—Muchas gracias, Sisalda. —Máximo se probó la piel, que, efectivamente, le proporcionó calor al instante—. ¿Dónde lo has conseguido? No ha sido cosido por ninguna sierva.

La mujer señaló hacia las distantes cabañas de Las Poblaciones.

—Un grupo de mujeres montañesas ha llegado esta mañana al valle. ¡Querían vendernos sus cosas! Han extendido pieles, cuévanos y utensilios para el hogar junto al corral de Antonio. Han sido muy agradables: hemos intercambiado sus pieles por nuestros quesos y legumbres. Todavía deben de seguir en la aldea, pues dijeron que no tenían prisa alguna.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.