Mudar de piel by Marcos Giralt Torrente

Mudar de piel by Marcos Giralt Torrente

autor:Marcos Giralt Torrente [Marcos Giralt Torrente]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788433939739
editor: Editorial Anagrama
publicado: 2018-07-15T00:00:00+00:00


Desde la mañana fue uno de esos días de los que, cuando terminan, uno piensa que no deberían haber sucedido. El padre de Julia lo empezó tan confuso como para tomar a la asistenta por la madre de Julia. Yo había ido temprano a la oficina de coworking para resolver tareas pendientes, y cuando regresé, rebasado el mediodía, los encontré en el salón.

–Julia dice que vuestra madre trabaja ahora de asistenta –me anunció él.

–Yo no he dicho eso, papá. Y él no es tu hijo. Deja de tratarlo como si lo fuera.

Como siempre que lo confrontaban con uno de sus espejismos, el padre de Julia se quedó meditativo durante un instante y volvió a la carga con terquedad:

–Entonces, ¿por qué ha entrado con llaves? ¿Y por qué se ha puesto a limpiar? No quiero que vuestra madre venga aquí.

Julia enrojeció, pero logró contenerse. No obstante, como si necesitara apartarse para no estallar, me hizo una seña para que la siguiera fuera del salón.

–Te ruego que por una vez no le sigas la corriente. Esto es demasiado. Tienes que decirle la verdad.

–¿Qué verdad? –le pregunté–. ¿Que tiene una enfermedad degenerativa y que la mayor parte de lo que ve son fantasmagorías?

–No te pongas sarcástico, no es el momento.

–Julia, es evidente que tú y yo no sabemos lidiar con esto y que donde mejor va a estar es en una residencia.

–Eres tú quien no sabe llevarlo.

Durante unos momentos me quedé sin réplica. Julia, vestida aún con el camisón y una sudadera a modo de bata, me miraba airada. La aspereza que traslucía su actitud se disolvía ante la imagen, más patente, de su desvalimiento.

–La residencia es lo último, ¿me entiendes?

–Pues entonces déjame hacerlo a mi modo. No puedo estar todo el tiempo luchando con él.

Intentaba apelar así a su sentido común, y Julia se disponía a responder, cuando de improviso apareció su padre en el pasillo y terminó la faena:

–Que se vaya, si quiere –vociferó–. No puede montar estos alborotos. Ha salido a vuestra madre.

Cogí al padre de Julia por los hombros, lo conduje de vuelta al salón, le ordené que no se moviera de ahí y regresé por Julia. Estaba descompuesta, demasiado afectada para llorar. Cuando quise abrazarla, intentó apartarse, pero insistí y no se resistió. Con la palma de una mano aferrada a su espalda y la otra acariciándole la nuca, le susurré que se duchara y se vistiera y se aireara. Que llamara a alguien, que yo me encargaría de darle la comida a su padre, y que regresara tarde si quería.

Para mi sorpresa, aceptó.

Pasé la tarde adoctrinando sin éxito a su padre para que fuera cuidadoso con ella. Sin éxito, porque, aunque seguía irritable y receloso, por supuesto no recordaba lo sucedido. Aun así, perseveré mientras dábamos un paseo hasta el mar. Entre tanto, envié a Julia varios mensajes que ni siquiera abrió. Apareció a eso de las ocho con síntomas de haber bebido. No tanto como para estar borracha, aunque sí –recelé– como para no calibrar el efecto de sus palabras.



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