Los misterios de Selva by Emilia Pardo Bazán

Los misterios de Selva by Emilia Pardo Bazán

autor:Emilia Pardo Bazán [Pardo Bazán, Emilia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-04-27T16:00:00+00:00


VI

Pocos días habían transcurrido desde el té en casa de Teplitz, pero no creía haberlos perdido el Aficionado[42] que entabló activa correspondencia con algunos extranjeros, frecuentó el trato con varios diplomáticos y envió copia de notas a Stickley.

Afeitándose ante el espejillo modestamente colgado de la falleba[43], cavilaba:

—Después de lo de Andrés Ariza, que tanto me acreditó, no quisiera hacer una plancha monumental… y europea. Además, Chaves va a ser una complicación…

Remigio entró con la bandeja del desayuno. Traía ese aire entre gruñón y lastimero de los criados antiguos, que desaprueban los berenjenales en que sus amos se meten, aun sin saber a punto cierto en qué consisten tales berenjenales.

Depositó la batea[44] sobre una mesita chica y rodó delante el sillón.

—Señorito, el chocolate…

Aquel semicosmopolita de Selva, en sus gustos, seguía siendo el madrileño más castizo, no perdonaba el Caracas, con sus buñuelos correspondientes o cosas parecidas. Dio aún dos tajos rápidos de navaja, se limpió el rostro y se sentó. Bebió primero, con delicia, un sorbo del agua delicadísima de la madre Cibeles, en cuyo cristal empezaba a disolverse vaporoso bolado[45] que trascendía a limón, y luego ensopó la delgada, golosa torta de Alcázar en el hirviente líquido que contenía el pocillo. Ante aquellas realidades familiares, los castillos edificados por la imaginación durante el desvelo se venían a tierra.

—Vamos a ver —se argüía a sí mismo— ¿qué hay aquí? Una decoración fantasmagórica, que acaso pinté a capricho… Stickley, el gran detective, me escribe que la policía mundial cree estar segura de que existe una sociedad secreta para robar en gran escala, en la cual figuran gentes de muy alta posición, pero que no se atreve todavía a indicarme nombre alguno. Que, si no mienten los indicios, el asunto puede alborotar a Europa; pero también es fácil que sea la consigna echarle tierra. Qué extraño que esta sociedad no dé señales de existencia en Madrid, donde tan poco se vigila, debido a no ser mucha la audacia de los ladrones, y donde existen sabias obras de arte, mal custodiadas, y las señoras usan muchas joyas, y las llevan con descuido. Me puede ser muy útil, vigilando aquí, por si les da la gana de elegir Madrid por campo de sus deportes… que vigile a estos señores. Yo he relacionado estas noticias con la sed de joyas de la baronesa de Teplitz, esa especie de tarentela febril de su alma y con la ambigua personalidad del príncipe de Pronay, y he creído tener en mi mano a la misteriosa asociación, o al menos, a su junta directiva… ¡Pero cuidado, cuidadito! —añadió rebañando el pocillo y aclarando el residuo, a la española antigua, con un buche de agua—. ¡A no deslucirse! Bueno fuera que yo pudiese escribirle a mi ilustre maestro, el detective británico ¡que cogí a los zorros en la trampa!

Cuando así discurría Selva, Remigio, precipitado, anunció:

—¡El señor de Chaves!

Leonardo entró como una tromba y se dejó caer en un sillón viejo de gutapercha.

—¿Qué pasa? ¿Dónde es el fuego? —preguntó riendo el Aficionado a su amigo.



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