Las vidas perdidas by Mario Escobar

Las vidas perdidas by Mario Escobar

autor:Mario Escobar [Escobar, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-02T00:00:00+00:00


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Valence

Valence, 28 de agosto de 1942

La mayoría de las veces los planes de los hombres no se cumplen. Nos creemos los señores del universo, pero no somos más que una minúscula partícula irrelevante y pasajera. Al menos así se sentía Justus cuando llegó a Valence. Sus amigos ya no estaban allí. Pensó en intentar una fuga por los Pirineos, pero era consciente de que una nueva captura supondría una muerte segura.

La señora Lelièvre le había facilitado una dirección, por si cambiaba de opinión, en La Baume-Cornillane, una pequeña localidad cercana. Una dama protestante llamada Sayns estaba dispuesta a acogerlo en su casa si lo necesitaba.

El joven judío había vivido demasiado tiempo independiente como para intentar adaptarse de nuevo a un hogar, aunque en el fondo aquel desarraigo le producía una profunda tristeza. Extranjero, perseguido y despreciado, con la sensación de que no encajaba en ninguna parte y, peor aún, que a nadie le importaba lo que pudiera sucederle, Justus había asumido que su existencia en el mundo era irrelevante.

Mientras se dirigía hacia la casa de la señora Sayns, evitando los caminos principales, se topó con las vías del ferrocarril, y comenzó a caminar por ellas haciendo equilibrios, hasta que vio cómo se acercaba un tren en la lejanía. Su primera intención fue apartarse, pero por un instante le fascinó aquella poderosa máquina que se aproximaba hasta él. Sintió deseos de terminar con todo, ya que no hallaba una salida. Era como si las cosas hubieran dejado de tener sentido para él. Pensó en sus padres, quienes a aquellas alturas, sospechaba, debían de estar muertos, al igual que sus tíos y primos. Se encontraba solo en el mundo.

El tren se aproximaba a tal velocidad que empujaba un aire recio. El foco de la máquina le apuntó a los ojos, y por un momento lo deslumbró. Se tapó la cara con la mano, y un pensamiento fugaz acudió a su mente a la vez que el rostro de su madre se le aparecía y le susurraba: «Vive, por todos nosotros, por tus ancestros, que ellos no logren destruirte. Todos nosotros vivimos en ti, no nos olvides».

Las lágrimas de Justus le empañaron los ojos. Notó la locomotora cerca, el humo blanco que cubría el horizonte oscuro, y mirando a la bestia, se lanzó a un lado. El tren pasó a pocos centímetros de su cara, parecía furioso por no habérselo llevado por delante.

Se levantó del suelo algo dolorido, se sacudió el polvo y caminó durante toda la noche hasta la casa de la señora Sayns. Cuando llamó a la puerta, salió a abrirle una mujer de mediana edad. Tenía el pelo recogido y canoso, una sonrisa sincera y unos ojos avispados.

—Soy Justus Rosenberg…

—Sé quién eres, pasa, la noche está desapacible.

La tormenta había comenzado unos minutos antes, y el aire caliente se había tornado en un viento recio y frío. En cuanto Justus pisó el salón, por primera vez en mucho tiempo se sintió en casa. La mujer le preparó un caldo y le hizo la cama.



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