Del oficio by Antonia Mora

Del oficio by Antonia Mora

autor:Antonia Mora [Mora, Antonia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1972-04-15T00:00:00+00:00


Siempre estaba sola. Las pocas horas que pasaba en mi departamento no hacía más que pararme frente al espejo a ensayar muecas y a esperar la llamada del cantinero. Mis vecinas y compañeras de trabajo sólo conversaban conmigo en el bar. Se enojaban conmigo porque siempre que platicaban tenían que hablar de Cristo, y yo les respondía que lo admiraba, pero no creía que no se hubiera tirado a la Magdalena, al fin y al cabo era hombre y no puto. En estas discusiones siempre me echaban en cara mis vicios. Que si yo les tumbaba a los clientes, que si yo era chueca.

Las únicas personas que me saludaban eran los vecinos del nueve, que de cuando en cuando me visitaban; una que otra vez los invitaba al cine.

Me gustaba cómo hablaban:

—Chica, ahora nos estamos comiendo un cable, pero cuando derroquemos al tirano… ¡tú verás, tú verás!

Me gustaba ayudarles y en lo único que podía era guardarles unas ametralladoras en mi clóset.

El cantinero me llamaba temprano. Ese día me presentó con un ingeniero, señor que todos respetaban porque tenía un tutor que estaba muy cerca de otro señor muy influyente. El ingeniero quedó satisfecho.

—Muy mona, muy mona —dijo pasándome las manos por los muslos. Me citó para el día siguiente. Su tutor daba una fiesta para unos señores del Senado. Tomamos tanto que lo único que recuerdo es que no podía abrir la puerta de mi departamento. Me senté en la puerta y me quedé dormida. Medio desperté al sentir que alguien buscaba en mi bolso. ¡Qué chasco se va a llevar! pensé, no traigo ahí el dinero. Siempre me lo metía entre el pelo sujetándolo con un gancho. ¡Ya podían esculcar!

Después de buscar abrieron la puerta y me acostaron cuidadosamente.

—¡Mira eso, chico! Suda vino, respira vino.

—Deja eso, que descanse.

Cuando salieron me levanté trabajosamente y lo primero que hice fue ponerme la mano en la barbilla; solté el aliento y aspiré.

En verdad apestaba. Me desnudé frente al espejo; mi cuerpo estaba tan delgado… los cabellos me llegaban a la cadera y los senos antes erguidos empezaban a mirar al suelo, avergonzados como yo. También ellos dudaban. ¿Sería miedo o vergüenza? No lo sabíamos… No.

Me resistía a sentirme así. Porque cuando tenía vergüenza me gustaba aventarme contra el suelo y rodar, rodar, hasta sentirme agotada; entonces el sueño venía y no sabía más.

El ingeniero llegó por mí a la hora convenida.

Fuimos al leonero del tutor, que estaba situado atrás del Palacio Chino. El ingeniero, rápido como si fuera una dueña de casa, llamó por teléfono a sus amigas. Pidió servicio al Tampico Club, con meseros, garroteros y maître. Llegaron y organizaron el banquete.

El ingeniero le preguntaba al maître si no era más elegante el ambigú que los manteles largos. El anfitrión aseguraba que el ambigú era más chic. El maître respondió que sería muy chic, pero que no se eliminaría a nadie del personal.

Después, fueron llegando una a una las muchachas. Unas eran de Televicentro, otras de teatro. Como a las once de la noche llegaron los políticos.



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