Las torres de Barchester by Anthony Trollope

Las torres de Barchester by Anthony Trollope

autor:Anthony Trollope [Trollope, Anthony]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1857-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO IX

La señora Bold goza en Plumstead de la hospitalidad del doctor y la señora Grantly

COMO recordarán, cuando el señor Slope dejó su billetdoux[217] en casa de la señora Bold, fue informado de que le sería enviada a Plumstead esa misma tarde. De hecho, el archidiácono y el señor Harding habían ido a la ciudad en la berlina ese día, y habían quedado en que pasarían a recoger las cosas de Eleanor cuando fueran de regreso a Plumstead. Así lo hicieron, y la doncella, tras dar al cochero una pequeña cesta y un gran fardo embalado con mucho cuidado y pulcritud, entregó en la ventanilla del carruaje la epístola del señor Slope. El archidiácono, que estaba sentado junto a aquélla, la cogió e inmediatamente reconoció la letra de su enemigo.

—¿Quién ha traído esto? —preguntó.

—El señor Slope la ha traído en persona, Su Reverencia —contestó la chica—, y ha insistido mucho en que la señora la reciba hoy mismo.

La berlina partió, quedando la carta en manos del archidiácono. Éste la miró como si lo que sostuviera fuese una cesta llena de víboras. No podría haber tenido peor opinión de aquel documento incluso si lo hubiera leído y descubierto que era licencioso y de tintes ateos. Además, hizo lo que tantas personas sabias acostumbran a hacer en circunstancias similares: inmediatamente condenó a la persona a la que iba dirigida la carta, como si fuera por obligación particeps criminis[218].

El pobre señor Harding, aunque no tenía la menor intención de alentar la relación entre el señor Slope y su hija, habría dado cualquier cosa con tal de que la carta no hubiese caído en manos de su yerno. Pero eso ya era imposible. Ahí estaba, en su mano, y el archidiácono tenía aspecto de estar tan profundamente disgustado como si supiera con total seguridad que contenía todo tipo de rapsodias de un enamorado cuyos galanteos eran bien recibidos.

—Me cuesta mucho aceptar que esto esté pasando en mi propia casa —dijo al fin el archidiácono.

Sin duda, eso era muy poco razonable por su parte. Si había invitado a su cuñada a su casa, era lógico que ella recibiese su correspondencia allí y, si el señor Slope le escribía, era normal que la carta fuera enviada a Plumstead. Y, lo que es más, el mismo hecho de invitar a alguien a casa de uno ya implica confianza en esa persona por parte del anfitrión. El archidiácono había demostrado que consideraba que la señora Bold era una persona digna de alojarse en su casa al pedirle que lo hiciera, por lo que era una crueldad contra ella que ahora se quejara de que había violado la santidad de su hogar cuando la falta cometida no era culpa suya.

Eso pensó el señor Harding, como también pensó que, al hablar el archidiácono así de su techo, estaba ofendiéndolo a él como padre de Eleanor que era. ¿Qué había en el hecho de que Eleanor recibiera una carta del señor Slope que pudiera manchar la pureza del hogar del doctor



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