Las chicas de la 305 by Ana Alcolea

Las chicas de la 305 by Ana Alcolea

autor:Ana Alcolea [Alcolea, Ana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2022-02-01T00:00:00+00:00


25

Angélica escuchaba ópera siempre que podía. Por la noche en su habitación encendía el tocadiscos y colocaba alguno de los elepés que había comprado en un viaje que había hecho por Italia unos años antes. Ponía el volumen lo más bajo que podía y se tumbaba en la cama. A veces hasta se encendía un cigarrillo y miraba la caprichosa danza del humo. Le gustaba pensar que seguía el ritmo de la música hasta que desaparecía confundido con el aire pesado de la habitación.

Esa noche escuchaba Rigoletto, la historia de un padre que tanto quiere proteger y vengar a su única hija que acaba provocando su muerte. La música de Verdi la llevaba al texto que estaba estudiando para llevar a escena: en La tempestad de Shakespeare también todo gira en torno a un padre y a una hija, a venganzas, a engaños y a dualidades. Próspero quiere volver a Milán, pero sabe que volver no es lo mismo que regresar.

Angélica también sabía que quien vuelve a un lugar no es la misma persona que se fue. Lo experimentaba cada vez que iba al pueblo en verano. Notaba que cada año cambiaban sus deseos, su modo de mirar al mundo y a sí misma. Pero el pueblo no cambiaba: lo que encontraba era lo mismo que llevaba anclado en sus calles desde hacía siglos. Sus antiguas compañeras de la fábrica la miraban con recelo. Lo mismo hacían quienes fueron al colegio con ella. Incluso su madre la miraba como si no la hubiera parido. Como si fuera una extraña a la que tenía que alojar durante más de un mes. Una extraña que le hablaba de personas que ni conocía ni le interesaban lo más mínimo. Una extraña que había cruzado las marismas y que creía que eso la hacía estar por encima de los demás. Una extraña que se cobijó en su seno durante nueve meses de soledad y que nunca le había servido para nada más que para darle disgustos y para que las otras mujeres del pueblo la señalaran. Era la única de sus vecinas que seguía sin ser abuela. La única cuya hija no se había casado. La única a la que daban la tabarra diciendo que a saber lo que haría su hija por esos mundos de Dios, que no tenía que haberla dejado marchar. Que, si se hubiera quedado, ahora estaría casada con alguno de los pescadores como ellas, y disfrutaría de las alegrías de los pequeñuelos.

Otras veces pensaba que mejor estaban las cosas como estaban, que era preferible que Angélica no se hubiera atado a ninguno de los patanes que salían cada mañana en los barcos, después de desahogarse con sus mujeres en la cama de madrugada. A ellas les gustaba contar que sus maridos eran muy hombres y cumplían cada mañana antes de hacerse a la mar. La madre de Angélica imaginaba que las sábanas se impregnaban de un olor a pescado que no se iba jamás, ni de la tela ni de su piel.



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