La vida nueva by Dante Alighieri

La vida nueva by Dante Alighieri

autor:Dante Alighieri [Alighieri, Dante]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1293-01-01T05:00:00+00:00


Una dama piadosa y joven,

vestida de toda gentileza humana, que estaba allí,

donde yo invocaba muchas veces a la Muerte,

viendo mis ojos llenos de piedad

y oyendo mis vanas palabras,

se puso asustada a llorar fuertemente.

Y otras damas, que repararon

en mí por la que conmigo lloraba,

la hicieron apartarse,

y se acercaron para reanimarme.

Una decía: «No duermas»,

y otra: «¿Por qué te afliges tanto?».

Entonces dejé mi nueva fantasía,

cuando invocaba el nombre de mi dama.

Mi voz era tan doliente

y salía tan rota por la angustia del llanto,

que yo sólo entendí el nombre en mi corazón;

y con el aspecto de vergüenza

que había sometido a mi rostro,

me hizo Amor volverme hacia ellas.

Tal color se mostraba en mí,

que hacía a los otros pensar en la muerte:

«¡Oh, consolémosle!»,

rogaban unas a otras;

y decían a menudo:

«¿Qué has visto, que has perdido el valor?».

Y cuando me sentí más recuperado

dije: «Damas, os lo diré.

Mientras pensaba en mi frágil vida,

y veía cómo de breve es su durar,

lloró Amor en mi corazón, donde habita,

pues mi alma se hallaba tan perdida,

que suspirando decía en el pensamiento:

—Un día ha de morir mi dama.

Tuve tal turbación entonces, que cerré

mis ojos miserablemente oprimidos,

y se desalentaron tanto

mis espíritus, que iban errantes;

y luego, imaginando

fuera de verdad y conocimiento,

irritados rostros de mujer se me aparecieron,

que también me decían: —Morirás, morirás.

Después vi muchas cosas terribles

en el vano imaginar en que me perdí;

y me parecía estar no sé en qué sitio,

y ver mujeres que por la calle iban desceñidas,

unas llorando, lamentándose otras,

y que lanzaban ardientes rayos de tristeza.

Luego me pareció ver cómo lentamente

se oscurecía el sol y aparecía la estrella,

y cómo ambos lloraban;

caer a los pájaros que iban por el aire,

y temblar la tierra;

y aparecía un hombre débil y pálido,

que me dijo: —¿Qué haces? ¿No sabes la nueva?

Ha muerto tu dama, que era tan hermosa.

Alzaba mis ojos bañados en lágrimas,

y veía los ángeles que regresaban hacia lo alto

del cielo, semejantes a una lluvia de maná,

y delante tenían una nubecilla,

detrás de la cual todos gritaban: Hosanna;

y si hubiesen dicho algo más, os lo diría.

Entonces dijo Amor: —No te lo oculto más;

ven a ver a nuestra dama que yace.

La falaz imaginación

me condujo a ver a mi dama muerta;

y cuando la vi,

unas damas la cubrían con un velo;

y ella tenía en sí humildad tan verdadera,

que parecía decir: —Estoy en paz.

Tan humilde me volvía aquel dolor,

y veía en ella humildad tan perfecta,

que dije: —Muerte, muy dulce te considero;

debes ahora ser noble,

ya que has estado en mi dama,

y debes tener piedad y no desdén.

Mira que vengo con un deseo tan grande

de ser de los tuyos, que me asemejo a ti por mi fe.

Ven, que el corazón te llama.

Luego me iba, consumado todo duelo;

y cuando quedé solo,

dije mirando hacia el alto Reino:

—¡Bienaventurado quien te ve, alma bella!

Y entonces vos me despertasteis, vuestra merced».



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