La isla de Caravaggio by Dativo Donate

La isla de Caravaggio by Dativo Donate

autor:Dativo Donate [Donate, Dativo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-03-01T00:00:00+00:00


7

FRATRE MICHELANGELUS IN TUMULTU

FINALES DE JUNIO DE 1608

El ogro Merisi se había recluido en su fría caverna, donde pintaba a la luz de una claraboya. Nadie sabía qué urdía en aquella penumbra. Sería sin duda uno de sus grandes cuadros porque tenía un enorme bastidor, un lienzo gigantesco y desnudo traído desde Nápoles, ajustado luego a las medidas del oratorio donde se emplazaría. Se le había pedido que trabajase allí por las dificultades de trasladar después el lienzo aún fresco con su bastidor hasta el altar. Sin embargo, Merisi fue tajante. Nada de pintar a la vista de los curiosos.

Alof de Wignacourt preguntaba por el cuadro con impaciencia. Sería aquel el primer cuadro público del maestro Caravaggio en Malta. Se mostraría el mismo día de la Decollatio, la fiesta grande de la isla y de la Orden, durante una misa solemne para la que se desplegaría toda la pompa imaginable. Quería músicos con repertorios nuevos y sorprendentes, como exigían los tiempos. La asistencia de la más granada caballería de la Orden en sus hábitos de ceremonia, en minucioso desfile con las armas lustrosas y relucientes. Los cañones de la isla disparando salvas en honor del santo. Y entre todo aquel aparato, brillaría el nuevo caballero de la Orden, el maestro frey Michelangelo Merisi de Caravaggio, cuyo talento acallaría a los maledicentes y proclamaría la grandeza de la Orden con aquella tela preciosa, imponente y magnífica, a la vista de los caballeros, los prelados, los principales y la masa del pueblo sencillo y asombrado. Demostraría su buen juicio, gusto y acierto al incluir a la Orden en el círculo de las cortes fastuosas. Y su astucia, al ganar por la mano a un Borghese, a un puñado de cardenales y a todo un papa.

Alof de Wignacourt moría por ver aquel prodigio, aquella hazaña cimera del mejor artista de su tiempo, que ahora pintaba exclusivamente para él, para su Orden y para su grandeza. Entendía que las telas entregadas no eran sino muestras, atisbos, anticipos de la obra definitiva. Incluso su par de retratos, que tanto le gustaban, sobre todo el de la armadura con el chico de Ottavio Costa a su lado.

Todos los días, a la hora del chocolate de media mañana, hacía preguntar por la evolución de la tela. El avaro lombardo nada decía, nada dejaba traslucir. Se había encerrado en su estudio y no permitía pasar más que a los modelos. Wignacourt respetaba el tesón del artista, que le preparaba una sorpresa. Solo supo que con él se hallaban los De Cos, padre e hijo, en la celosa guarda que les había encomendado. Les quiso preguntar cómo iba la cosa; después temió parecer un mecenas intranquilo, inseguro sobre las habilidades de su pintor.

Finalmente hizo llamar a Augusto de Rohan, y le pidió que supervisase la tela. Adujo que le preocupaba el plazo, y si estaría lista y colocada en su emplazamiento para la fecha del 14 de julio, cuando se preparaba la ceremonia de investidura, y sobre todo para la magna celebración de la Decollatio, el 29 de agosto.



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