Hasta que la muerte nos separe by Francisco Ruiz Hidalgo

Hasta que la muerte nos separe by Francisco Ruiz Hidalgo

autor:Francisco Ruiz Hidalgo [Hidalgo, Francisco Ruiz]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Lantia
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 22

A finales de enero, estaba Felipe en el bar de Juan Jiménez tomando unas copas con unos amigos y viendo unas fotografías de unas chicas desnudas; cuando entró el cura, no se dieron cuenta de su presencia hasta que lo tenían detrás de ellos. Se quedó mirando las fotografías y dijo:

―Muy bien, eso está muy bonito. ―Se las pidió y las rompió. Claro que, en aquellos años de la postguerra, con el poder que tenían los curas, cualquiera le llevaba la contraria.

El dueño del bar le pidió los trozos de las fotos y los metió en una botella de cerveza y le dijo que los iba a mandar a la fábrica, para que los hicieran de nuevo. Aquello sirvió para quitar tensión y para romper el hielo y se echaran a reír y lo tomaran a broma. Cosa que el cura aprovechó para decirle que le invitaran a una copa, lo cual todos le dijimos que no teníamos dineros. En ese instante llegó Carlos. Felipe, al verle, le dijo:

―Hombre, a ti quería verte.

―Bueno, tú dirás para qué me querías ver.

―Era para decirte que ya tengo los materiales preparados, de modo que cuando tú quieras podemos comenzar con la obra de la casa. ―Felipe se quedó sin saber qué hacer, ¿cómo podía invitar a Carlos, su amigo, si acababa de decirle al cura que no tenía dineros. El dueño del bar que estaba al tanto de todo y no se le iba una, le puso una cerveza a Carlos y le dijo:

―Bueno, mañana me la pagarás.

―Felipe, por mí, cuando tú quieras podemos comenzar, ¿qué te parece si comenzamos este fin de semana?

―Bien, el sábado me esperas a las nueve, ¡vale!, pero llévate contigo a Dorotea, que yo se lo diré a Cati y que ellas se pongan de acuerdo para hacer una barbacoa allí, en el patio.

―Bueno, quedamos en eso, que yo tengo que irme, que esta tarde tengo que trabajar.

El sábado a las ocho, ya estaba Felipe en la casa preparando las herramientas cuando llegó Carlos.

―¡Buenos días, patrón!

―Menos cachondeo, que ya está todo preparado.

―¿Sí?, pues venga, a por faena ―y empezaron a picar las paredes.

A las doce de la mañana se presentó Cati y Dorotea que venían de hacer la compra. Cuando se fueron al patio, después de saludarlos, iban preocupadas, charlaban entre ellas y decían:

―Bueno, ya veremos si les gusta la comida que les vamos a preparar. ―Ya tenían la leña cortada y prepararon un fuego a tierra. Ellos bromearon y Felipe les decía:

―Cuidado que no os vayáis a quemar. ―Eran sobre las quince horas cuando los llamaron.

―¡Venga!, venir muchachos, que ya está preparada la comida, pero antes lavaros las manos bien.

Cuando llegaron se llevaron las manos a la cabeza y exclamaron:

―¡Vaya comida que habéis preparado! Esto es comida de ricos, se merecen dos besos. ―Y Dorotea:

―¡Venga ya!, no seáis más pelotas ―bromearon entre ellos.

La comida estaba compuesta de una ensalada, chuletas de chivo, chorizos a la brasa, una botella de vino y de postre una tarta que habían hecho, casera.



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