Eve by Anna Carey

Eve by Anna Carey

autor:Anna Carey
La lengua: spa
Format: epub
Tags: CF, Juvenil
ISBN: 9788499181875
editor: Roca
publicado: 2012-01-01T05:00:00+00:00


Dieciocho

—Te he visto muy arrimadita a Caleb. —Envuelta en una chaqueta y cruzando las piernas sobre el colchón, Arden ya estaba en la habitación cuando regresé. Se iluminó la cara con la linterna, y después me enfocó a mí, mientras esperaba una respuesta.

En vez de contestar, me puse un jersey lleno de bolitas para calentarme. El aire nocturno era muy fresco, y no sabía a qué distancia estaría el retén.

—La directora Burns no lo aprobaría —insistió Arden. Intercepté el rayo de luz con la mano.

—¡Basta! —Fue lo único que se me ocurrió.

—No me vengas con esas. —Se rio, haciendo cabriolas con la linterna. La luz recorrió su lacia melena y una pierna blanca como la leche antes de iluminar su pálido rostro—. Estoy una semana enferma, y no se te ocurre mejor cosa que caer rendida. —Se cubrió la boca con la mano. Pensé que iba a toser, pero se quedó quieta.

—¿Qué ocurre, Arden?

Señaló detrás de mí: Caleb estaba en la puerta, abrigado con una gruesa chaqueta marrón y una gorra de ganchillo que le ocultaba los cabellos.

—Que caer rendida ante la rutina de la enseñanza. —Trató de arreglarlo, pero no sonó convincente. Se levantó y salió al pasillo, empujando a Caleb sin querer—. Nos vemos junto al fuego —dijo, y desapareció en el túnel.

Me aparté un poco más de él y me puse otro jersey grueso.

—¿Podemos ir contigo? —pregunté tratando de disimular el nerviosismo de mi voz—. Arden se encuentra mejor; jura que está en condiciones de ir.

Caleb entrelazó mis manos y bajó la vista, como si observase mis finos dedos entre los suyos.

—No se trata de eso. Cuando Leif dijo que los soldados habían abandonado el puesto… —titubeó—. Significa que se dirigen hacia el norte, hacia la carretera.

—Es por culpa mía, ¿verdad? —lo interrumpí. No era tanto una pregunta como una afirmación, pero su silencio confirmó lo que ya sabía—. Han cambiado de dirección por mi causa. —Cerré los ojos y vi los faros de los todoterrenos barriendo la carretera, en busca de la chica del anuncio.

Él se acercó. Se había limpiado las marcas de carbón del rostro, y solamente le quedaba un leve olor a humo.

—Tal vez no sea seguro llevaros al saqueo. Un encuentro con los soldados siempre resulta peligroso, y en este caso existe un gran riesgo. —Desenlazando los dedos, me cogió ambas manos entre las suyas.

Era fácil asustarse. Y se me aceleraba el corazón cuando pensaba que, incluso estando en el refugio subterráneo, los soldados podían pasar por el terreno que nos cubría sin detectar nuestra presencia. Hubiera querido acurrucarme en el colchón, envuelta en un nido de mantas, y abandonarme, quedarme allí indefinidamente. Pero no era ninguna novedad: me perseguirían siempre. Las luces que iluminaban el lago eran las de ellos; los motores que runruneaban eran los de ellos, y eran ellos las figuras fantasmales que acechaban tras los árboles.

Había pasado la vida confinada entre los muros del colegio, comiendo lo que me ordenaban, bebiendo lo que me decían, tragando sin protestar las pegajosas pastillas azules que me revolvían el estómago.



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