En el corazón del bosque by Kristin Harmel

En el corazón del bosque by Kristin Harmel

autor:Kristin Harmel [Harmel, Kristin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Jerusza siempre le había enseñado a Yona a dirigirse hacia el este cuando había problemas, a ir siempre hacia el amanecer, nunca hacia el anochecer. «Siempre ve hacia el comienzo el día, no hacia el final». Las palabras de la anciana sonaban ahora en sus oídos al tomar la dirección equivocada, porque quería alejarse de Aleksander. Debía aclararse la cabeza, huir de la culpa por abandonar al grupo, aunque algunos ya no la quisieran allí.

Había hecho cuanto podía por ellos y les había dado las herramientas que necesitarían para sobrevivir. De todos modos, quizá incluso habrían sobrevivido al invierno sin ella; no conocían el bosque tan bien, pero eran inteligentes y resolutivos. Era probable que hubieran podido averiguar por su cuenta cómo comer, cómo refugiarse, cómo ocultarse de los alemanes. Tal vez Yona no había significado nada para ellos, al fin y al cabo.

Además, aunque sabía ahora que no debía confiar en él, Aleksander había guiado bien al grupo, había tomado buenas decisiones para su supervivencia. Zus también se había convertido en un líder, y los dos comprendían lo que el bosque les pediría.

Yona no era una salvadora. ¿Cómo se había permitido creer que sostenía el futuro del grupo en las manos? Había sido estúpida, egoísta. No la necesitaban, independientemente de lo que había dicho Zus. Entonces, ¿por qué ahora lo oía a él? «Quédate, Yona. Por favor».

Durante tres semanas, Yona deambuló por el bosque y de vez en cuando se aventuró a salir por la linde del suroeste, con la esperanza de divisar a gente y apaciguar su soledad. Le costaba creer que, después de una vida con la única compañía de Jerusza, ya no supiera estar sola. Echaba de menos la sensación de pensar que era importante, aunque fuera un poco, para los demás. Echaba de menos las sonrisas de las otras personas, oír sus risas, compartir la comida. Echaba de menos hasta el reconfortante calor de Aleksander a su lado por las noches. No se había dado cuenta de que, cuando uno abría la puerta del corazón, era imposible volver a cerrarla del todo. Por la noche, en aquellos borrosos momentos previos a que se quedara dormida en los huecos de árboles viejos y solitarios, a menudo oía las voces de los niños —Pessia, Leah, Daniel, Jakub y Adam—. Eran a los que más echaba de menos, pues eran quienes necesitaban más su protección. Los otros eran quienes la acechaban cuando intentaba descansar.

En dos ocasiones valoró la posibilidad de regresar, pero se obligó a seguir adelante, aunque avanzara con ritmo lento. Si estaba sola, solía ser veloz como un águila, pero se entretuvo y se quedó a pocos días a pie del grupo, por si acaso. Aunque no podría vivir en ese limbo para siempre. Debía poner distancia entre el grupo y ella para no dar la vuelta y no seguir los latidos de su corazón, que la impulsaban hacia el este.

Ahora, al dirigirse hacia el oeste, la dirección desde la que había llegado en un principio, también la perseguían las palabras de Jerusza.



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