Elogio de la duda by Victoria Camps

Elogio de la duda by Victoria Camps

autor:Victoria Camps [Camps, Victoria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 2016-05-01T00:00:00+00:00


La ética de principios abstractos, que son los únicos que pueden defenderse universalmente, se sitúa en ese mar de convicciones incuestionables, es cierto, pero poco incentivadoras de formas de vida coherentes con ellos. A esa paradoja se le llama hoy «ausencia de sentido», un vacío que ninguna oferta parece capaz de llenar. Las grandes palabras son manipuladas a gusto de unos y otros, poniendo de manifiesto que carecen de contenido. Si las religiones han ido perdiendo fuelle por querer concretar demasiado el cómputo de deberes morales (los tremebundos «pecados» del catolicismo), la abstracción valorativa en que se mueven las sociedades secularizadas tiene la ventaja de eliminar las discrepancias porque, en definitiva, las tolera todas. La consecuencia es que la pasión desaparece y todo da igual. Solo la vía negativa, el reclamo de los derechos cuando la realidad hace evidente la falsedad de los mismos, consigue despertar los ánimos e incitar a la acción. Es así porque la negación de los derechos se verifica empíricamente, es más concreta que la sociedad ideal que los mismos derechos preconizan. Es la percepción de las desigualdades, las corrupciones que empañan la democracia, la indignidad a la que se condena a los refugiados, lo que provoca la indignación capaz de motivar críticas y reformas. Para que eso ocurra, la realidad tiene que mostrar con evidencia que los grandes valores no están en ella más que como un vago objetivo que nunca se alcanza. Cuando eso no ocurre, en épocas de bonanza y de satisfacción con lo que hay, la ética de grandes ideales se muestra indeterminada e indefinida, como un conjunto de creencias difusas, una moral de la que es fácil pasar, no tenerla en cuenta, porque la precisión, en todo caso, no está en ella, sino en el derecho positivo que la desarrolla y es lo único que puede ofrecer un mínimo de garantías de realización.

La ética de las convicciones abstractas tiene la ventaja de que admite el relativismo. La igualdad y la dignidad se pueden realizar de muchas maneras, a través de medidas distintas e igualmente buenas. Creer que las desigualdades y las discriminaciones son intolerables tiene que convivir con la dificultad de medir esas desigualdades y discriminaciones. Las preguntas se acumulan: ¿A qué hay que atender en primer término?, ¿a las brechas salariales?, ¿al desempleo?, ¿al desamparo en que vive la mayoría de africanos?, ¿a que tenga que ser Caritas quien da de comer a los más desposeídos?, ¿a la violencia de género? Seguramente todo esto y bastantes cosas más dan nombre a la intolerable desigualdad. Y aún más difícil: ¿Cómo se combaten las desigualdades?, ¿a costa de qué?, ¿hasta dónde debe intervenir el Estado para poner límites?, ¿con qué argumentos? La dificultad para responder a tantos interrogantes de forma satisfactoria, en un mundo donde las potencias económicas y financieras no tienen como prioridad la igualdad, vierte escepticismo y descrédito sobre las convicciones éticas más básicas.

Si las convicciones contemporáneas no generan entusiasmo, lo que sí entusiasma es lo que se encuentra en el extremo opuesto: el fanatismo.



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