El Nido by Kristian Alva

El Nido by Kristian Alva

autor:Kristian Alva [Alva, Kristian]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Defiant Press International
publicado: 2016-11-22T00:00:00+00:00


El Árbol de la Tentación

Sela se despertó antes del amanecer y se despidió de Penag y su familia, explicándoles que debía seguir su viaje. Ni Fëanor ni Abayomi estaban allí, pero a nadie de la tribu parecía molestarle en absoluto su ausencia.

Las mujeres llenaron las alforjas de Sela de agua y provisiones, y la jinete se puso de nuevo en marcha con su camello, en dirección al Sur. Cuando el calor del desierto se volvía demasiado asfixiante, se paraba a descansar en una cueva o a la sombra de un saliente rocoso. Viajaba principalmente por las tardes y las noches, durmiendo durante las horas más calientes del día. Salteador le hacía compañía y seguía cazando pequeños animales, por lo que nunca le faltaba carne fresca.

En algunas partes del desierto crecían enormes palmeras, y en otras las dunas parecían no tener fin. Siempre que Sela encontraba un punto con hierba y agua se detenía a descansar. No corría el peligro de quedarse sin el vital líquido, pues podía usar magia para extraerlo del suelo, pero era un tipo de hechizos que consumían mucha energía, y procuraba evitarlos siempre que podía.

Los días se convirtieron en semanas, y la jinete combatía la monotonía meditando y adiestrando a Salteador. Por la noche se quitaba las botas y cribaba la fresca arena del suelo con los dedos de los pies.

Aunque viajaba sola, siempre sentía la presencia de Brínsop tirando de su consciencia, llamándola como una boya en un mar de oscuridad. Una noche, mientras descansaba, la dragona le envió un mensaje. “Siento que estás muy cerca… a menos de un día de camino. La zona ha cambiado un poco desde la última vez que la viste. Hay una pequeña aldea cerca, rodeada por un anillo de palmeras. Los nómadas saben que estoy aquí, pero actúan como si no existiese. Sus casas de adobe pueden verse frente al altiplano. Una vez que las divises, sabrás que estás cerca. Usa el vínculo de la piedra de dragón para encontrarme”.

“Ya casi estoy ahí, sólo un poco más. Nos vemos pronto”, respondió la jinete.

Incluso mientras se retiraba de su consciencia, Sela podía percibir la intensa felicidad de la dragona. Recogiendo sus cosas y volviendo a subir al camello, se propuso llegar a la cueva a la mañana siguiente. Cabalgó durante toda la noche, tratando de ignorar las gélidas temperaturas. El Altiplano Negro apareció en el horizonte al amanecer. Evitó la pequeña aldea mencionada por Brínsop, rodeándola y usando un hechizo de camuflaje para no ser vista; no le apetecía explicar su presencia allí. Al mediodía había alcanzado la base de la roca, y mirando hacia arriba divisó docenas de pequeñas cuevas cerca de la cima. Se dio cuenta de que le esperaba una larga escalada.

En el desierto la temperatura siempre era alta, pero aquel día el calor era asfixiante. Sela empezó a sentirse mareada, así que tomó un largo trago de su odre, pero el malestar no disminuyó. Todo parecía confuso, y sentía su mente nublada y desorientada.



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