El fuerte by Adrian Goldsworthy

El fuerte by Adrian Goldsworthy

autor:Adrian Goldsworthy [Goldsworthy, Adrian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-05-10T00:00:00+00:00


EN UNA CUEVA CERCA DEL PASO

JUSTO ANTES DEL AMANECER, CINCO DÍAS DESPUÉS

Braso se sentó e intentó vaciar la mente del todo. Eso nunca era una buena señal, y lo sabía, ya que el vado debía venir de forma natural y no forzada. Se decía que los hombres sabios y los viejos, los verdaderamente puros, podían sentarse o tumbarse y, casi al instante, vaciar la mente de pensamientos mundanos y convertirla en una vasija en espera de ser llenada con la luz. Había logrado una paz así un par de veces, o así lo creía, pero solo cuando estaba agotado y una parte traicionera de él se preguntaba si simplemente había sido fatiga.

Abrió los ojos y pudo ver el difuso contorno de la oquedad rocosa en la que estaba. Empezaba a amanecer en el exterior y la luz se filtraba por la distante boca de la cueva. Pronto llegaría el momento de abandonar aquel lugar y de comer y beber. Su ayuno había empezado dos amaneceres atrás, un día antes de que llegara a la caverna.

Una gota constante caía sobre un charco. No lo había visto al entrar en el lugar sagrado al atardecer del día anterior, pero a lo largo de las horas interminables de la noche no había dejado de oírlo. Braso no había dormido, eso lo sabía, tan solo había cambiado de postura varias veces, sentado con las piernas cruzadas o en cuclillas sobre la roca desnuda. Había sentido el frío de la piedra, sus miembros se habían ido entumeciendo poco a poco y había oído el goteo del agua mientras, en el exterior, salía la luna y las estrellas regresaban a los cielos. Había pensado en ellas varias veces y había intentado calcular varias veces cuánto de la noche había pasado. Se decía que algunos hombres viajaban a los cielos gracias a sus visiones y que hablaban de haber caminado entre las estrellas. Él no tuvo visiones, sino una sucesión de pensamientos que era incapaz de contener.

Braso se preguntaba si él era diferente, pero hacerlo era vanidad, y eso le llevaba a pensar que quizá fuera un fraude, alguien que fingía ser puro para que otros le trataran con honor. El rey había tenido palabras amables para él cuando Braso fue a su fortaleza, y no solo palabras, también gestos. Se le había permitido conocer a la que sería su esposa, la hija pequeña del rey, quien le había entregado un mechón trenzado y atado con un lazo de su cabello castaño. Algún día, no muy lejano, sabría su nombre, su nombre real, no el que utilizaba la gente todos los días, y sería conocedor de uno de los grandes misterios de la vida. El camino de una mujer era diferente, pero gracias al matrimonio podría ver un destello de su mundo, y confiaba aprender de ello.

La imagen de aquella muchacha de rostro redondo y con la nariz y la boca grandes, típicas de su familia, le había asaltado una y otra vez, especialmente por la noche.



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