El diablo de Sharpe by Bernard Cornwell

El diablo de Sharpe by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Bélico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-06T00:00:00+00:00


Capítulo VI

Al día siguiente, hizo más viento. Aullaba en las jarcias rotas, de manera que los obenques y las drizas desgarrados ondeaban en horizontal por delante de la fragata, que avanzaba con gran esfuerzo golpeando en lenta agonía contra las olas y luchando contra el vasto y verde mar. Los marineros, tanto monárquicos como rebeldes, hacían funcionar las bombas continuamente, e incluso los oficiales se turnaban para manejar las palancas que le llenaban a uno las manos de ampollas. Sharpe y Harper, restituido su honor como pasajeros, estuvieron no obstante haciendo funcionar las palancas empapadas durante tres horas nocturnas que les torturaron los músculos. Aparte de las mujeres y los niños, solo Cochrane y el capitán Ardiles se libraban de la agonía del interminable bombeo. Ardiles, que sufría el dolor de la derrota, se había encerrado en su antiguo camarote que Cochrane, con una generosidad que parecía típica de él, había cedido a su oponente vencido.

En aquella mañana gris en la que el viento silbaba y recortaba las crestas de las olas con sus aullidos, lord Cochrane fue acercando la fragata rota a tierra de manera que, a veces, una franja fina y oscura en el horizonte del este revelaba el terreno alto. No había querido aproximarse a la costa por miedo a que el capturado Espíritu Santo fuera visto por alguna pinaza o barco de pesca español que pudiera advertir a Valdivia de que la fragata se acercaba, pero entonces sacrificó la cautela por la seguridad que ofrecía la tierra firme.

—En el peor de los casos —explicó—, quizá podamos varar esta ruina en los canales. Aunque sabe Dios si sobreviviríamos a ellos.

—¿Los canales? —preguntó Sharpe.

Cochrane mostró un mapa a Sharpe, que reveló que la costa chilena, hasta allí donde se conocía, era un horrible laberinto de islas y vías marítimas ocultas.

—Hay miles de puertos naturales si uno consigue meterse en los canales —explicó Cochrane—, pero no hay en el mundo entradas más terribles. ¡Tan temibles como la costa oeste de Escocia! ¡En esta costa hay acantilados altos como montañas! Y solo Dios sabe qué aguarda en el interior de los canales. Se trata de territorio inexplorado. Los viejos mapas dicen que aquí habitaban monstruos, y tal vez sea así porque nunca nadie exploró esta costa. Salvo los salvajes, por supuesto, aunque ellos no cuentan. De todos modos, quizá nos encuentre primero el O’Higgins.

—¿Está cerca?

—Sabe Dios dónde está, aunque se supone que debe reunirse con nosotros frente a la costa de Valdivia. He dejado a un buen hombre a su cargo, por lo que tal vez tendrá la sensatez de venir al sur y buscarnos si ve que no aparecemos; y si lo hace y nos encuentra hundiéndonos, tal vez pueda sacarnos de aquí —miró con desolación el mapa que había desplegado sobre la bitácora del Espíritu Santo, destrozada ahora por los disparos—. Hay un largo trecho hasta Valdivia —dijo entre dientes.

Sharpe percibió un dejo de desesperación en la voz de Cochrane.

—No hablará en serio con lo de Valdivia, ¿verdad? —preguntó Sharpe.



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