El desencuentro (premio planeta 1996) by Fernando Schwartz

El desencuentro (premio planeta 1996) by Fernando Schwartz

autor:Fernando Schwartz [Schwartz, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: SF
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


XI

Martita puso cara de completa sorpresa cuando, apenas tres días después de marcharme a mi catártico viaje de recuperación sentimental, me vio entrar en mi apartamento neoyorquino de la calle 50 con el río. Aunque el piso es mío, lo compartíamos en las temporadas en las que las obligaciones de su banco la forzaban a viajar a Estados Unidos. –¡Anda! ¿Y qué haces tú aquí? – me preguntó-. ¿No andabas por ahí quitándote el muermo?

–Sí, pero he vuelto.

–¿Por qué? – Sonrió-. ¿Ya se te ha quitado el muermo?

–No seas boba. Me fui a México y -me encogí de hombros-llevaba la idea de irme a Yucatán o a Cancún o a Cozumel, qué sé yo, a pasarme un par de semanas sin pensar en nada. Pero luego, cuando estaba en México ciudad fui a visitar a un amigo, un hombre ya muy mayor al que siempre veo allá, José Urbieta, ya sabes, un viejo exiliado de Franco que lleva mil años enseñando filosofía en la universidad. El caso es que -de pronto me di cuenta de que no había soltado aún la maleta y la dejé en el suelo-hablamos de todo un poco, como siempre, y de unas cosas a otras fuimos pasando hasta caer en la familia de México. Ya sabes, Adolfo Anglés, la tía Ramona, la tía María, Armando, Carlos Mata… todos ellos…

–¿Y cómo te da por ahí ahora? – dijo Martita frunciendo el ceño-. Si nunca lo has hecho antes, ¿no?

Se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y dijo: «hola». Luego se inclinó, cogió la maleta y con ella en la mano fue hacia mi habitación. Cuando estaba en Nueva York, siempre me deshacía la maleta al regreso de mis viajes; era una especie de costumbre doméstica, casi matrimonial. La puso sobre la cama.

–Nunca te ha interesado mucho aquella gente. – Se enderezó, pensativa-. A mí tampoco, la verdad. No me parece que se portaran tan bien con mamá. – Me miró.

–Ya -contesté-. Urbieta me dijo que Armando aún vivía y que seguro que le gustaría que le visitara. Fui a verlo. – Me di cuenta de que estaba hablando muy de prisa e hice un esfuerzo por relajarme y bajar el ritmo, no me lo fuera a notar Martita-. Y está fatal, completamente senil Nada. Allí lo tenían, debajo de un árbol, vegetando. Pobre hombre. Lo único que me dijo cuando nos oyó hablar al médico y a mí fue «Ramona», un quejido en voz muy baja y luego se puso a llorar.

–Me parece que debe tener muchísimos años, ¿no? Ochenta y tantos, por lo menos.

–Pues, por ahí, sí. En fin, luego llamé al hijo de Carlos, Porfirio. Estuvo simpático. Me invitó a la finca que tienen en León. No tenía ni idea, pero por lo visto la había comprado Carlos y ya en vida de él hacían vino y criaban reses bravas. Allí vive la viuda, Linda. Oye, qué bárbara, a sus años, no sé cuántos tendrá… los de tu madre supongo, está guapísima.



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