El collar de la Reina by Alexandre Dumas

El collar de la Reina by Alexandre Dumas

autor:Alexandre Dumas [Dumas, Alexandre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1849-04-23T05:00:00+00:00


Capítulo XLII

DONDE SE COMIENZAN A VER LOS ROSTROS BAJO LAS MASCARAS

Las largas charlas son el privilegio feliz de las gentes que no tienen nada que decirse. Después, la felicidad de callarse u omitir un deseo con una palabra aislada y sin respuesta es un momento inefable.

Dos horas después de despedir su carroza, el cardenal y la condesa se encontraban en el punto que describimos. La condesa había cedido y el cardenal había vencido; sin embargo, el cardenal era el esclavo y la condesa la triunfadora.

Dos hombres se engañan el uno al otro dándose la mano. Un hombre y una mujer se traicionan en un beso. Pero aquí el uno no engañaba al otro más que lo que el otro quería ser engañado.

Cada uno tenía su fin particular, y para ese fin la intimidad era necesaria. Cada uno, pues, había atendido a su propio fin.

Tampoco el cardenal se concedió el lujo de disimular su impaciencia. Se contentó con dar un pequeño rodeo, y volviendo a llevar la conversación hacia Versalles y hacia los honores que esperaban allí a la nueva favorita de la reina, dijo:

—Ella es generosa. Nada le parece bastante caro para las personas a quienes quiere. Tiene el raro espíritu de dar un poco a todo el mundo y de dar mucho a muy pocos.

—¿Creéis, pues, que es rica? —preguntó Juana.

—Ella sabe tener recursos con una palabra, un gesto, una sonrisa. Nunca un ministro, excepto Turgot[69], ha tenido el valor de negar a la reina lo que ella ha pedido.

—Pues yo la encuentro menos rica de lo que vos suponéis. ¡Pobre reina, o mejor, pobre mujer!

—¿Cómo es eso?

—¿Acaso se es rico cuando uno se ve obligado a imponerse privaciones?

—¿Privaciones? Explicaos, querida Juana.

—Dios mío, os diré lo que he visto, nada más y nada menos.

—Os escucho.

—Figuraos dos suplicios que esa desgraciada reina ha sufrido.

—¿Dos suplicios? ¿Cuáles?

—¿Sabéis lo que es el deseo de una mujer, querido príncipe?

—No, pero pienso que vos podéis informarme, condesa.

—La reina tiene un deseo que no puede satisfacer.

—¿De quién?

—No es de quién, sino de qué.

—¿De qué?

—De un collar de diamantes.

—No sigáis; ya sé. ¿Os referís a los diamantes de Boehmer y Bossange?

—Precisamente.

—Esa es una vieja historia, condesa.

—Vieja o nueva, ¿no es una verdadera desesperación para una reina el que no pueda poseer lo que podría tener una simple favorita? Quince días que hubiera vivido más el rey Luis XV y Juana Vaubernier habría tenido lo que no puede poseer María Antonieta.

—Querida condesa, estáis en un error; la reina ha podido tener mil veces esos diamantes, y se ha negado siempre a aceptarlos.

—Lo pongo en duda.

—Cuando yo os lo digo, es cierto. El rey se los ha ofrecido, y ella los ha rechazado.

Y el cardenal contó la historia del barco, que Juana escuchó con vivo interés.

—¿Y qué? —preguntó después.

—¿Cómo y qué?

—¿Qué es lo que prueba eso?

—Que ella no ha querido esa joya.

Juana se encogió de hombros, preguntando:

—¿Y vos, que conocéis a las mujeres, que conocéis la corte y a los reyes, contestáis eso?

—Confirmo una negativa.

—Mi querido príncipe, eso



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.