El caballero provisional by Sebastian Barry

El caballero provisional by Sebastian Barry

autor:Sebastian Barry [Barry, Sebastian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo quince

Cuando volví a Magheraboy comprobé que, después de todo, Mai había salido con Maggie, aunque no las había visto por el centro. Subí a su dormitorio a echar un vistazo, sentía que no debía estar allí, fisgando, pero si había algo que ansiaba encontrar era la prueba de que lo que Mai le había contado a Queenie eran tonterías inventadas, o que Queenie se había vuelto loca.

La habitación, tal y como lo esperaba, era un primor. La cama de matrimonio antigua estaba de punta en blanco. En la mesilla de pie entorchado, sus revistas de moda formaban un montón pulcro encima del cual aguardaban las gafas de leer. La rejilla de la chimenea estaba recién barrida y había un cubo de carbón preparado. Dos grabados, de su padre y de su madre en sus mejores años, colgaban enmarcados a ambos lados de la chimenea, su padre con semblante molesto, pero señorial. La escoba había hecho su trabajo con la alfombra. Las cortinas que Mai había rescatado de Grattan House y adaptado para esta ventana, más modesta, con escenas de época de la Francia rural en rojo y blanco, estaban casi corridas, discretas y recatadas.

Empecé a sentirme muy triste. No porque pensara que su habitación era triste, sino porque me recordaba lo felices que habíamos vivido juntos la mayor parte del tiempo. Era una habitación sin mí, aunque ahora estuviera en ella. Miré en el armario y solo estaban colgadas sus ropas, cuando en otro tiempo habrían estado también mis trajes y chalecos. No creí a Queenie ni por un instante. Habría visto signos de ello, signos de tanto sufrimiento. Me habría enterado en su momento, pues claro que sí. Nunca demostraba a las niñas otra cosa que no fuera amor. Es posible que quisiera un poco más a Maggie, pero a pesar de ello Ursula estaba muy bien atendida… En realidad las dos estaban mimadas.

En el cajón de su tocador sí que había unos cuantos frascos de aquellas grageas pequeñas. Solo uno de ellos tenía pastillas dentro, y la fecha escrita era reciente. ¿Eso era bueno o malo? Yo había pensado, claro, que las pastillas habían sido solo para ayudarla a superar un momento difícil, cuando estaba embarazada de Maggie. Con todo y con eso se trataba de asuntos privados, cosas de mujeres, que habría dicho madre. No tenía ningún derecho a revolver allí ni a inventarme teorías.

En el último cajón estaban sus bragas de seda para ocasiones especiales y sus mejores sostenes, así como su ejemplar de Amor conyugal, que por entonces muchas mujeres de Sligo guardaban en su cajón de ropa interior. Envuelto en uno de los mejores paños de su madre estaba el vaso de cristal veneciano rojo en el que su padre se tomaba un whisky los sábados. Encajadas con cuidado, como piezas de artillería, había dos botellas de ginebra, una con un tercio de su contenido, la otra llena. ¿Serían de cuando Queenie dijo que se había tomado pastillas o de cuando estaba embarazada de Ursula? ¿Aquello del baño caliente y la ginebra? No podía creer ninguna de las dos cosas.



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