Donde se alzan los tronos (Autores Españoles E Iberoamer.) (Spanish Edition) by Caso Ángeles

Donde se alzan los tronos (Autores Españoles E Iberoamer.) (Spanish Edition) by Caso Ángeles

autor:Caso, Ángeles [Caso, Ángeles]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


En Versalles, entretanto, Luis se desesperaba. ¿Qué iba a hacer con aquella pareja de tarados...? Al ver que las cosas en España iban de mal en peor, había empezado a pensar que quizá tuvieran razón, y que acaso la presencia de la Princesa de los Ursinos fuese fundamental para el buen gobierno de los reinos de su nieto. Es más, estaba casi del todo seguro de que era así. Pero no podía volverse atrás en su decisión: había declarado que esa mujer había cometido delito de lesa majestad y ahora era prisionero de sus propias palabras, como si se hubieran convertido en barrotes que ni siquiera él mismo podía romper. Perdonar un crimen como aquél sería establecer un precedente peligroso, y pondría en cuestión su propia autoridad. Y, sin embargo, sabía que se había equivocado. En las noches de insomnio, recordaba muy bien que aquel día estaba de muy mal humor, y se daba cuenta de que había actuado llevado más por la rabia que por la importancia de los hechos. Pero ya era demasiado tarde para resolver su error. Además, ahora que le había llegado la vejez, Luis había comprendido al fin que Dios —al que siempre había tratado como a un amigo — era más poderoso que él mismo, y solía resignarse a ese hecho, tranquilizando de paso su conciencia.

Así que, a fin de cuentas, si el trono de su nieto terminaba por hundirse, arrollado por la guerra y por la ausencia de la Camarera Mayor junto a él, sería porque Dios lo había querido así. Con esa apaciguadora idea bien instalada en su cabeza, el Rey de Francia se daba la vuelta en la cama y conseguía al fin dormirse.

Sin embargo, las cosas cambiaron a finales del invierno de 1705, cuando Luis vivió un momento de esplendor.

Durante un instante de aquel mes de marzo, la joven Marquesa de Grandchêne, recién llegada a la corte con su marido, cayó ardorosamente en sus brazos. Fue una relación breve y costosa. Costosa en un doble sentido: por los esfuerzos que el Rey tuvo que hacer para estar a la altura de su antigua fama de varón potentísimo, y por el caro aderezo de brillantes que la dama, fresca y sonrosada como un capullo, supo obtener a cambio de su corta quincena de amor y de la dolorosa ruptura, decidida por supuesto por el propio Luis cuando ya no pudo más de cansancio. En cualquier caso, al Monarca le compensó el precio, pues los encuentros torpes con la Marquesa —que ella supo rodear de gemidos y suspiros y susurros— le hicieron creer durante un tiempo que aún era el seductor Sol del pasado.

En realidad, todo él parecía haber rejuvenecido. Incluso tuvo la sensación de que la vieja fuerza de tiempos remotos volvía a agitarse en su interior, y con ella el deseo de abrir bien los brazos y agarrar el pedazo de mundo más grande que pudiese, aunque para ello tuviera que enfrentarse a la mismísima voluntad divina. Y para agarrar bien el pedazo del mundo que tenía al sur, necesitaba a la Princesa de los Ursinos.



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