Diario del ladrón by Jean Genet

Diario del ladrón by Jean Genet

autor:Jean Genet [Genet, Jean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias, Sexualidad, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1948-01-01T00:00:00+00:00


La vida de la que he hablado más arriba, la viví entre 1932 y 1940. Mientras la escribía para vosotros, he estado ocupado con unos amores. Como los he anotado, los utilizo. Que sirvan para este libro.

* * *

He mordido a Lucien hasta hacerlo sangrar. Esperaba hacerlo gritar, pero su insensibilidad me ha vencido; sin embargo, sé que llegaría a despedazar la carne de mi amigo, a entregarme a una carnicería irreparable en la que yo conservaría la razón, en la que conocería la exaltación de la degradación.

«Que me crezcan las uñas, los cabellos y los dientes», me decía yo, «y que, bajo mis mordeduras y mi baba, Lucien conserve su rostro indiferente, pues las señales de un dolor demasiado agudo me harían aflojar inmediatamente la mandíbula y pedirle perdón».

Cuando mis dientes mordían su carne, mis maxilares se apretaban hasta el temblor, y todo mi cuerpo se estremecía. Protesto y, no obstante, amo, y con qué ternura, a mi pequeño pescador del Suquet. Si se acuesta a mi lado, enreda suavemente sus piernas con las mías, confundidas aún más por el tejido finísimo de nuestros pijamas; luego busca, con sumo cuidado, el lugar donde apoyar su mejilla. Hasta que no se duerma, sentiré, contra la sensibilísima piel de mi cuello, el roce de sus pestañas al parpadear. Si nota un picor en la nariz, su pereza, su indolencia no le permiten levantar la mano y se frota la nariz contra mi barba, dándome así delicados golpecitos con la cabeza, como un joven ternero mamando de su madre. Su vulnerabilidad es entonces total. Una mirada malvada, una palabra demasiado dura por mi parte lo herirían o bien atravesarían sin dejar huella una materia que se ha vuelto tan tierna, casi blanda, elástica. Ocurre a veces que una ola de ternura que me sube al corazón sin siquiera haberla previsto pasa a mis brazos, que lo estrechan más fuerte, y él, sin mover la cabeza, apoya los labios en la parte de mi cara o de mi cuerpo con la que están en contacto. Es la respuesta automática a la presión repentina de mi brazo. A la ola de ternura replica siempre con ese sencillo besito gracias al cual siento abrirse a flor de piel, de mi piel, la dulzura de un muchacho simple y cándido. Por esta señal reconozco su docilidad ante los designios del corazón, la sumisión de su cuerpo a mi mente. Susurro con la voz ahogada por el peso de su cabeza:

—Cuando estás así, inerte contra mí, tengo la impresión de protegerte.

—Yo también —dice. Y enseguida me da otro de esos besos-respuesta suyos.

—¿Tú también, qué?

—Yo también tengo la impresión de protegerte.

—¿Sí? ¿Por qué? ¿Te parezco débil?

En un suspiro, cariñosamente, me dice:

—Sí… Te protejo.

Tras besarme los ojos cerrados, se va de mi cama. Oigo que cierra la puerta. Bajo mis párpados se forman imágenes: en el agua clara, un mundo, insectos grises, muy ágiles, que se desplazan sobre el fondo cenagoso de ciertas fuentes. Corren en la sombra y el agua clara de mis ojos cuyo fondo es ciénaga.



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