Clara by Iván Hernández

Clara by Iván Hernández

autor:Iván Hernández
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico
publicado: 2013-08-09T22:00:00+00:00


9

Los fines de semana dejaron de ser tiempo de descanso. El sueño de Clara, ahora compartido, se merecía un esfuerzo extraordinario para hacerlo realidad. Matías realizó incontables viajes desde las tiendas de bricolaje de la ciudad a la granja, para traer todo lo imaginable que pudiese ayudar a completar esa faraónica obra: brochas, botes de pintura, lijadoras, serruchos..., y alguna que otra flor decoraban los interiores y exteriores de la casa.

Sus muebles provisionales eran cajas de cartón, y su cama un colchón sobre un somier viejo que crujía con sólo respirar al tumbarse sobre él.

Poco a poco las heridas de la casa se fueron curando. El mimo que habían puesto en cada uno de los rincones de la granja surtió efecto, porque el lugar recuperó la misma armonía que transmitían ambos cuando se daban los buenos días entre aromas de disolventes.

Pasaron muchos días hasta que los engranajes encajaron a la perfección.

Fue entonces cuando decidieron casarse. Justo el mismo día en el que inauguraron su nuevo hogar. Fue una boda íntima. Como juez de paz eligieron a un elegante espantapájaros, vestido de gala para la ocasión, y como invitados improvisados unos cuervos hambrientos. Hay que reconocer que tanto tiempo dedicándose a la reparación de la granja los había convertido en personas solitarias.

—¿Quiere a Clara López Navarro, guapísima, de hermosos pechos, trasero respingón y unos labios que besan como nadie... como legítima esposa? —preguntó Clara haciendo la voz del juez.

—¡Cómo negarme a tan exacta descripción! Sí, quiero —respondió Matías levantando las cejas de manera pícara.

A continuación, Matías atacó:

—Y usted señorita Clara, ¿quiere a Matías Fernández Garrido, ese hombre de fuertes brazos, conversación interesante y mirada penetrante, como legítimo esposo?

—¿Fuertes brazos? —Clara rió.

En ese momento Clara echó a correr hacia el maizal dejando un sendero de risas a su paso. Matías se disculpó ante los invitados, que se fueron volando a la espera del banquete de granos de maíz, y persiguió a su esposa para atraparla entre cientos de mazorcas doradas. Se tumbó sobre ella y bromeó.

—¿Te parece bien abandonarme el día de nuestra boda, y ni siquiera responderme?

—No te he abandonado. Sólo quería decirte el «sí, quiero», aquí...

—¿Aquí? ¿Pero qué dirán los invitados?

—Calla. Déjame, tonto.

—Vega..., adelante.

—Matías..., sí, quiero estar contigo. Para siempre. Sí, quiero que me quieras. Cada día. Sí, quiero ver cómo se acentúan tus arrugas, y que las mías las recorras con tus manos. Sí, quiero que tu dolor sea mío. Y sí, quiero que compartamos todo, incluso si no tenemos nada. Sí, quiero, deseo, espero que seas feliz a mi lado. Y quiero tener hijas que se parezcan a ti e hijos que se parezcan a mí. Y también que por las noches tú seas mi almohada. Y que, por favor, si dejas de quererme, déjame que yo te siga queriendo a ti. Para así aprender de ti a ser mejor persona.

—Perdona, ¿me puedes repetir el final? Me he quedado en lo de los hijos... ¿hijos?

—¡Hijos, sí! —Clara se zafó y se colocó sobre el cuerpo de Matías—. Hijos sí, esas cosas que corretean por la casa y no te dejan leer tranquilo el periódico.



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