Christopher Homm by Catalina Martínez Muñoz

Christopher Homm by Catalina Martínez Muñoz

autor:Catalina Martínez Muñoz
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alba Editorial
publicado: 2019-01-09T00:00:00+00:00


XVII

Christopher Homm no confiaba solamente en las quejas y las desgracias de sus compañeros de trabajo para darse importancia. También se servía de su hija Susan, que pasó su infancia a la sombra de esta magnificencia. El cuerpo hueco y torpe de Homm, tan vacío de certezas, podía cobrar solidez y determinación gracias a la ilusión de que actuaba en defensa de su hija.

Había días en los que la campaña de Felicia se centraba exclusivamente en hostigar a la niña. En cuanto Susan se despertaba, Felicia le decía:

–¡Levanta, holgazana! Vamos, rapidito o te doy en el culo.

La niña, adormilada, se quedaba cavilosa en la alfombrilla de la cama, mirándose los dedos de los pies como si tuvieran vida propia. Estaba preparada para recibir los ataques.

–¡Vamos, espabila!

Susan, por toda respuesta, sacaba el otro pie de debajo del camisón para examinarlo.

–¡Ponte algo, deprisa! –le gritaba Felicia, parada delante de Susan y moviendo los brazos como las aspas de un molino a punto de derribarse sobre ella.

La niña, que en ese momento solo quería que la rabia se apoderase de ella, se acurrucaba en la alfombrilla como si fuera a dormir. Felicia la pinchaba fieramente con un dedo del pie.

–Muévete, holgazana, si no quieres que te zurre.

Entre un sinfín de gritos y altercados, la familia por fin se sentaba a la mesa preparada para el desayuno. En la penumbra del comedor, marido y mujer se miraban ferozmente por encima de las tazas desportilladas. Susan se apoltronaba en la silla con arrogancia y se enfurruñaba por cualquier cosa.

Al cabo de un rato, Felicia empezó a decir:

–Desayuna, y el doble de rápido. ¿Quieres que vuelva a darte en el culo?

La niña probó un bocado sin prisa y miró a otro lado. Justo cuando la ira de Felicia se disponía a lanzar un nuevo ataque, Christopher, que hasta ese momento seguía flotando en un lago de sueño y abatimiento, decidió insultar a su mujer con la pretensión de ser justo. Aun sabiendo que carecía de méritos propios, pudo armarse de valor para defender a Susan. Movió su caparazón vacío hasta que adoptó una postura más rígida y le habló a su mujer en tono castrense:

–Ya está bien. Déjala en paz.

Felicia no soportaba toparse con una voluntad tan pretenciosa como la suya propia. Esperó unos momentos, con la esperanza de no haber oído bien. Esto animó a Christopher. Notó que su cuerpo cobraba vigor, y tuvo la sensación de que la rabia le sentaría mejor que el desayuno.

–Alguien tiene que dar la cara por la chica. –Y se levantó para indicar que era él.

Con el fin de demostrar su desafío, Felicia alargó un brazo y trató de agarrar a Susan. Sin más dilación, pretendía poner a la niña boca abajo, en sus rodillas, para ilustrar su propia idea de la justicia. Pero en el mismo momento, Christopher cogió el brazo de Felicia y le derramó la taza de té por encima del vestido. Felicia se puso a gritar, como si una jauría intentara morderle en el cuello, y forcejeó para liberarse.



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