Cartas a Lucilio (Ed. de Dasso Saldívar) by Lucio Anneo Séneca

Cartas a Lucilio (Ed. de Dasso Saldívar) by Lucio Anneo Séneca

autor:Lucio Anneo Séneca [Séneca, Lucio Anneo]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ariel
publicado: 2018-01-17T23:00:00+00:00


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La razón es la facultad que percibe el bien supremo

Yo no puedo referirte muchos preceptos de los antiguos, si no huyes ni desdeñas conocer los pequeños detalles

1

Tú no lo rehúyes, ni ninguna futilidad te es repelente, como dicen los versos de Virgilio, pues no es propio de tus buenas maneras poner afecto solamente a las cosas grandes. Así es que te apruebo que toda cosa la refieras a algún provecho y sólo te sientas contrariado por las grandes sutilidades que no conducen a nada. Cosa que procuraré que ahora no acontezca. Se pregunta si el bien se percibe con los sentidos o con la inteligencia, y se añade que estos conocimientos no los encontramos en los irracionales ni en los niños.

2

Todos aquellos que ponen el placer en la cumbre suprema creen que el bien es sensible; pero nosotros, que lo atribuimos al espíritu, creemos que es inteligible. Si los sentidos discernieran el bien, no rehusaríamos ningún placer —pues no hay ninguno que no invite, que no deleite—, como tampoco sufriríamos voluntariamente ningún dolor, porque no hay ninguno de ellos que no ofenda la sensibilidad.

3

Por otra parte, no serían dignos de reprensión los que gustan demasiado del placer y nada temen tanto como el dolor. Sea como fuere, nosotros desaprobamos a los que se entregan a la gula y a la lujuria, y menospreciamos a los incapaces de enfrentarse con algo viril por miedo a padecer. Y ¿cómo pecarían si obedeciesen a los sentidos, jueces del bien y del mal? Pues es a éstos a los que vosotros habéis dado el arbitraje del deseo y de la fuerza.

4

Pero, en realidad, es la razón la que preside el negocio: ella es la que, igual que la vida venturosa, la virtud y la honestidad, define también el bien y el mal. Porque para aquéllos, la sentencia sobre la cosa mejor es confiada a la facultad más vil; de tal manera que sobre la naturaleza del bien tiene que decidir el sentido, cosa embotada y grosera y más lenta en el hombre que en los otros animales.

5

¿Qué diríais de alguien que quisiera distinguir objetos pequeños con el tacto y no con los ojos? Para esto no hay penetración tan fina y tan atenta como la de los ojos, y, a pesar de todo, ¿dejaría la vista al tacto el discernimiento del bien y del mal? Ya ves en cuánta ignorancia de la realidad se encuentra y cómo echa por tierra las cosas excelsas y divinas aquel para quien es el tacto el que juzga del bien y del mal supremos.

6

«Así como —dice— toda ciencia y todo arte tiene que tener alguna cosa de manifiesto y perceptible por los sentidos, a partir de lo cual nazcan y crezcan, también la vida venturosa tiene el fundamento y el principio, en cosas manifiestas y que caigan bajo la acción de los sentidos. Hasta vosotros mismos creéis que la felicidad tiene que principiar en cosas palpables.»

7

Nosotros decimos que es feliz lo que es según su naturaleza, que aparece pronta y manifiestamente de manera semejante a las cosas enteras.



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