Los muertos también gritan by David Lema

Los muertos también gritan by David Lema

autor:David Lema [Lema, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-29T00:00:00+00:00


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Diario de Santiago Insua: caída

18 de marzo

De Ramón hacía tiempo que desconfiaba. Y ahora ya sabía el porqué de sus actos, de sus engaños, de sus enigmas. Lo que no me imaginé nunca —quizá por su ingenuidad, quizá por nuestra cercanía, quizá por la cantidad de veces que las he defendido ante el forense o la jueza— es que Soares y Alvariñas también estuvieran metidas en el ajo, con lo que les huele el aliento y yo sin olérmelo.

En fin.

Que ni siquiera lo hubiese sospechado cuando he pasado a su lado los últimos siete putos años de mi vida, entregados a esta causa sin ningún premio y tantos sinsabores: distanciarme de mis amigos, volver a vivir con mi madre, separarme de Celia… En realidad, las circunstancias cobraban ahora una lógica bastante aplastante. ¿A quién sería más fácil de convencer para emprender un contubernio de tal envergadura? ¿Quién iba a conocer mejor la zona donde operaban los narcotraficantes sino ellos? ¿Quién podría establecer relaciones más cordiales, más próximas, con quien hiciese falta, desde otros agentes a camellos locales? Al final, de puertas para adentro, yo solo era visto como un jefe impuesto y ellos para el pueblo y alrededores eran los guardias de Fisterra, os nosos.

Estoy hasta los huevos de esa expresión, os nosos. Puto chovinismo irracional: ¿por qué ser considerado de aquí es más importante que una valía de verdad?

La operación tal y como la conocía hasta el momento, tal y como la había enfocado, había autoimplosionado. A mí solo me quedaba dar un último paso: revelar a los superiores de Arnela mi descubrimiento y poner mi puesto a disposición de otro que supiese ordenar este caos. Quizá debería volver a Barcelona. O irme más lejos.

Pero ¿cómo había estado tan ciego? No podía seguir al frente por mucho que pusiese el grito en el cielo. No, yo no.

Ramón había tratado de tranquilizarme mientras esperábamos en Urgencias para que le recolocaran la nariz en su sitio. Sufría una pequeña desviación. Se la partí y el daño en el cartílago le produjo tal acumulación de sangre que los médicos temían que la lesión provocase un bloqueo nasal y, con el tiempo, una deformidad permanente. Le drenaron la sangre como pudieron y tiene que volver a una revisión la próxima semana. ¡Pero a saber dónde estaremos la próxima semana, joder! Y el tipo, ahí sentado en la sala de espera del hospital comarcal, con la nariz ensangrentada, me pedía que me calmase, ¡como si siguiese siendo mi amigo y no hubiese traicionado mi confianza! Me soltaba que ellas ya lo sabían, que lo habían aceptado a cambio de que las dejase participar de cierta manera, que debía comprender que no me lo podían decir —«Home, xa, fillo de puta» (me salió en un gallego autóctono impropio de mí), por la cuenta que os traía—, pero que, tal y como estaban las cosas, aceptaron tan oscuro encargo porque era la única manera de buscar alguna vía alternativa y solucionarles el futuro.

El futuro.

Me confesó que



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