Todas las fiestas de mañana by Miguel Cane

Todas las fiestas de mañana by Miguel Cane

autor:Miguel Cane [Cane, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


* * *

—¿Por eso me besaste? —me sorprende cómo me oigo. Se supone que estoy furioso, siento que lo estoy, pero abro la boca y suena como si dudara de todo—. ¿Porque soy libre o porque no sabes lo que haces? ¿Por eso nos estamos viendo tú y yo así? ¿Qué somos, Rodrigo?

—No. Todo fue porque yo quise. Ya te pedí que me disculpes.

Lo miro: está oscureciendo más rápido. Su cabello cambia de color con la luz de las antorchas que de pronto iluminan el baile. Sé que, mientras me habla, Rodrigo tiene los ojos fijos en mí, pero no puedo encontrárselos, no me atrevo. No me levanto tampoco. Yo soy tuyo. Yo soy tú.

—No, yo sí… claro… pero es que no te entiendo… —lo dicho por Fernando en mi memoria: ¿para qué me besaste? ¿Para romperme la madre?

—Es que no necesitas entenderlo. ¿Siempre hay que explicarte todo lo que vives? Nada más vívelo y no hagas preguntas, yo ya no las hago tampoco.

—Pero…

—¿Te lastimé? ¿En alguna de las veces que nos vimos?

—No. Es.

Y ahora, el pánico. Este es el momento en que cualquier cosa que diga puede cambiarlo todo. Siento como si el mundo fuera a incendiarse y Rodrigo llevara en sus manos el combustible y una caja de cerillos: ¿qué voy a decirle? A Santiago, hace tantos años, le dije algo que hoy ya no me acuerdo qué fue, una confidencia sobre lo que me pasaba en la vida, creo. Le revelé mis temores, esperaba que comprendiera lo que me pasaba, pero no sé, la herida de su desconcierto y repudio persiste y a veces supura todavía. Cualquier cosa que diga puede cambiarlo todo. Lo que sea. Un día cualquiera, por ociosidad más que otra cosa, me voy a la cama con un prospecto de esos a los que Fernando llama rey del clóset, y después de un coito inepto y aburridísimo, él (ejecutivo agresivo, muy machito, con una prometida a la que no conozco) se apoya en un codo y me dice:

—¿Oye? Esto no me hace puñal, ¿verdad?

—No —respondo yo, sin entender qué carajos hace un espejo atornillado al techo, sobre la cama—, no te hace puñal. Tú ya eres todo un estuche de cuchillería. —Sé que al levantarme y vestirme, dejándolo confundido y encuerado en ese cuarto de hotel, no vamos a vernos de nuevo, voy a negarme siempre que llame. No serán muchas veces.

¿Qué le digo? Rodrigo deja la copa, se acerca, me levanta por los codos y estamos frente a frente otra vez, a la misma altura, aunque somos también muy distintos a como éramos en la otra fiesta. ¿Qué voy a decir? No puedo mentirle, no tan cerca.

—Es… el mejor beso que me han dado. Pero tú no me quieres.

—Ah. De plano. ¿No te quiero?

Si él me suelta, me hago añicos en el suelo de piedra. Se me ocurre que tal vez sería mejor.

—No. Es que tú no puedes… no así.

—¿Así cómo, Lucifer? ¿Cómo quieres que te quieran, entonces?

Puedo olerlo cerca de mí cuando suelta mis codos y de pronto me abraza.



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