Se fueron a la izquierda by Monica Hesse

Se fueron a la izquierda by Monica Hesse

autor:Monica Hesse [Hesse, Monica]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-319-914-8
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2021-01-22T00:00:00+00:00


N

—Estoy lista para irme —le digo a Josef. Él se pone de pie mientras se seca el cabello con una tela descolorida. Cuando me mira nota que algo anda mal.

—Voy por nuestras maletas —dice.

—Ya las tengo —respondo, y señalo el lugar donde las puse junto a la carreta.

—No podemos partir sin despedirnos de los Wölflin.

—Ve tú. Yo te espero aquí.

Ayer pasé todo el viaje tratando de convencer a Josef de que no estoy loca, y ahora deshago eso con cada frase que digo, con mi brusquedad, y la torpeza con que subo a la carreta sin esperar ayuda.

Josef es lo suficientemente cortés por ambos. Regresa para agradecer a la familia Wölflin y decirles… No sé qué les dice. Que estoy enferma, o que se nos hace tarde, o que soy muy grosera. Ellos hacen señas y puedo notar que se trata de ofertas: ¿Por qué se van tan pronto? ¿Podemos darles algo para el camino? Y Josef se niega: No, gracias. Estaremos bien, son muy amables.

En la carreta, ya con los caballos enganchados y en pleno camino, observo cómo la granja se encoge hasta parecer una postal. Josef espera a que la granja desaparezca del horizonte antes de mirarme.

—¿Pasó algo?

—Todo —digo con voz ahogada.

—¿Todo?

—Todo pasó —digo de nuevo porque ahora ésa parece la mejor manera de describirlo. La hermana Therese y un chico misterioso que robó dinero de un convento; Inge cayendo por una ventana, y otra Inge que dejó a su hija; Hannelore y sus fotografías, y lo parecido de sus historias, de las historias de todos. Todo se acumula.

—Zofia, ya dije ayer que no creo que estés loca. Así que ¿quieres explicar más?

Retuerzo la agarradera de mi valija. El broche parece aún más roto que cuando la recogí.

—Esa niña. Hannelore. En realidad no es hija de los Wölflin. Está escondiéndose.

Josef parece sorprendido de que eso sea lo que ocupa mi mente.

—Lo sé. Herr Wölflin me lo dijo. Su madre era la hija de unos buenos amigos de los Wölflin, la pareja que era dueña del almacén. Se los llevaron.

—Inge —digo—. Inge está muerta —en ese preciso momento la carreta pasa sobre una piedra, de modo que la palabra sale como una puñalada. Muerta.

—Zofia —detiene los caballos en seco—. ¿Qué dices? ¿Co­nociste a la madre de esa niña?

—No. No sé. No lo creo. Conocí a una Inge, pero la llamábamos Bissel.

Le cuento a Josef la historia con voz entrecortada. Le cuento que casi no conocía a Bissel y que ninguna de nosotras la conocía de verdad; sólo sé que durmió en una cama junto a la mía durante dos meses. Siempre hablaba de su hija a quien encontraría cuando terminara la guerra. Pero no la encontró. Se sentó en el alféizar de la ventana y se inclinó hacia atrás.

—Y su hija está esperando —digo—. La hija de Bissel está en algún lugar, igual que Hannelore, con la esperanza de que su madre llegará por ella. Pero nunca va a llegar. Ella seguirá esperando, pero Bissel no llegará, yo lo sé y ella no lo sabe.



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