Qwertyuiop. Ensayos IV by Rafael Sánchez Ferlosio

Qwertyuiop. Ensayos IV by Rafael Sánchez Ferlosio

autor:Rafael Sánchez Ferlosio
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Comunicación, Ensayo
publicado: 2017-04-10T22:00:00+00:00


X. LAS PROFESIONES ARTÍSTICAS

§ 1. Pasando ahora a las profesiones que suelen designarse como «artísticas», y dejando totalmente a un lado aquellas que producen objetos, por así decirlo, «intemporales», como la pintura, para ocuparme sólo de las que, al tener productos constitutivamente temporales, comportan el acto mismo de la ejecución, como la danza, la música y la canción, son necesariamente inseparables de la actuación del productor, empezaré por el espectáculo, relativamente moderno, que comprende las tres cosas dichas: danza, música y canción, o sea, la revista musical. Naturalmente, la reunión de esas tres cosas puede darse también en fiestas populares, pero éstas, evidentemente, no vienen a cuento aquí, puesto que estoy tratando de las profesiones y de sus criterios de contratación y, por lo tanto, sólo hacen al caso los espectáculos de pago. Pues bien, en ese género de la revista musical, parecen dominar unos criterios de selección del personal relativamente parecidos a los de los empleos «de oficina»: la valoración del atractivo físico, con respecto a la cualificación profesional, está en proporción inversa con la jerarquía de importancia de las distintas funciones asignadas: para la contratación de las llamadas «chicas del conjunto» las exigencias de atractivo físico son bastante más rigurosas que para la gran vedette. Es cierto que en este género concreto de la industria del espectáculo ningún empresario arriesga la notable inversión que comúnmente exige si la propia vedette no está por encima de un cierto, más bien alto, grado de belleza y atractivo corporal, por grandes que sean sus dotes de bailarina y de cantante. Tan sólo —y de eso hace ya bastantes años— una mujer pequeña, fea y de apariencia casi contrahecha, pero una artista excepcional, por la irresistible fuerza de expresividad patética que impulsaba su voz y su dicción (aquellas errres rrrodadas y vibrantes, que le imitó el bellaco de Brassens), como Edith Piaf, lograba lanzar tan lejos y tan fuera de sí misma sus canciones que ningún público podía negarse a ellas. Bien es verdad que Edith Piaf era sólo cantante, y es en la danza donde, en tanto que arte visible, juega un papel esencial la apariencia del ejecutante, de modo que la prueba comparativa que haría al caso, en relación con Piaf, en cuanto a un supuesto aumento del valor del atractivo físico frente a la pura calidad profesional, sería la de averiguar si hoy una cantante comparable —¡con aquella cantante incomparable!—, en tanto que cantante, con aquélla y de una apariencia física tan poco agraciada como fue la suya podría alcanzar un grado de aceptación pública tan universalmente entusiasta como el que ella conoció. Y si las dotes naturales de atractivo físico, salvo la de la voz, en la misma medida en que son un factor ajeno a la calidad de una cantante en cuanto tal, se demostrasen, sin embargo, notablemente relevantes a efectos de aumentar la valoración de la mercancía ofrecida, ello confirmaría la sospecha de que la publicidad —puesto que sólo como publicitaria puede interpretarse la función encarecedora



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