Papel de Armenia by Antonio Sanz Oliva

Papel de Armenia by Antonio Sanz Oliva

autor:Antonio Sanz Oliva
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Novela, Policial
publicado: 2016-04-30T22:00:00+00:00


CAPÍTULO 9

A pesar del frío que atenazaba mis piernas, fui dando pasos firmes que dejaron una huella indeleble sobre el manto blanco que se había formado sobre la acera. Cuando salí a Piazza Vittorio Veneto, me sentí minúscula, vulnerable a los elementos y a mi propio destino. Al fondo se veía la Gran Madre de Dios, impertérrita y desafiante. Me provocaba el mismo temor que el primer día que llegué a Turín para comenzar esta aventura, sin embargo no podía parar; nada me hubiera echado atrás.

Las doce menos cinco y no se veía un alma por los alrededores. Crucé el puente hasta llegar a los pies de la escalinata. Miré a uno y otro lado, esperando la llegada de una figura embozada que reclamara el precio del rescate. Tiritaba de frío, quizá también de miedo. Era una inconsciente, pero no sentía un peligro real. Mi inquietud se ceñía a Francesco y a poder volver a verlo sano y salvo. Cuando sonaron las doce, continuaba sola bajo una sutil cortina de nieve que se iba depositando en mi pelo. Volví a mirar nerviosa y por fin hallé la respuesta que esperaba.

—Doctora Prato… —Oí una voz grave que me llamaba desde mi espalda.

Me giré y vi a alguien envuelto en un abrigo de paño oscuro que descendía por la escalinata. No pude reconocerle hasta que no estuvo frente a mí. Era un hombre de unos sesenta años con cara de pocos amigos, adusta y surcada por una marcada cicatriz. Parecía corpulento y sus cabellos canosos se levantaron con la primera ráfaga de aire que se cruzó entre nosotros, helándome la sangre.

—¿Ha traído el diario? —preguntó sin preámbulos.

—Sí. ¿Dónde está Francesco?

—No se preocupe. En el momento que nos entregue el diario se lo devolveremos.

—¡Quiero verlo! —repliqué—. ¿Cómo sé que esto no es un engaño?

—No creo que esté en condiciones de exigir nada.

—Si no veo a mi marido, arrojo el diario al río —dije sin pensar en las consecuencias que ello podría traer.

—Está bien, doctora.

A una indicación suya, salió de las sombras un compinche sujetando a mi exmarido. No pude verlo con claridad, pero su silueta inconfundible me tranquilizó.

—De acuerdo, aquí está el diario. Ahora suéltelo —le dije mientras lo sacaba del bolso y alargando la mano, lo depositaba en la suya.

—No tan deprisa, doctora… Primero tengo que ver si se trata del manuscrito original o de una falsificación. Retírese hasta el otro lado del puente y espere.

No podía hacer otra cosa. Le había entregado lo único que tenía para negociar y me giré pausadamente para encaminarme hacia la otra margen del río.

—Una cosa más... —me dijo—. No se moleste en acudir a la policía, nadie iba a creerla. Ya nos hemos encargado de que no queden flecos sueltos.

Continué andando hasta llegar al otro lado. Desde allí observé cómo la silueta de aquel mafioso se confundía con las sombras hasta desaparecer. Había parado de nevar y el silencio se había adueñado de la zona. Nada, ni un coche, ni un transeúnte despistado. Parecía como si la ciudad entera se hubiera puesto de acuerdo con aquellos tipos para ofrecerles impunidad.



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