Noche criminal by Raúl Garbantes

Noche criminal by Raúl Garbantes

autor:Raúl Garbantes [Garbantes, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2017-06-15T00:00:00+00:00


Capítulo 22

El comisario Vicente llega a la casa

Al fin Lana oyó el lejano ruido de un motor. Venía desde afuera y cortaba el monótono silencio del bosque, que a ella ya había empezado a antojársele igual a un insoportable estruendo.

Hacía rato que Raúl regresó de su paseo. Se adelantó a todos, observó a través de la ventana y después abrió la puerta.

—Es la policía —dijo, aunque todos ya se habían percatado de eso. ¿Qué otra visita podrían recibir en ese páramo aislado de la civilización?

—Avísale a Julissa —le pidió Lana a Daniel.

Julissa seguía en su encierro de princesa melancólica. Daniel fue a golpearle la puerta y le dijo que los oficiales acababan de llegar. Segundos después, bajo la atenta mirada de Lana, ella se dignó a salir.

Seguía luciendo y comportándose como una princesa, sí. Pero una princesa zombi, o acaso una de esas mujeres fantasma que supieron estar de moda en las películas japonesas. Con los hombros y la cabeza gacha, y el pelo desprolijo que no ocultaba del todo sus enrojecidos párpados ni su húmeda nariz, a Lana no le hubiese sorprendido comprobar que Julissa ahora flotaba a centímetros del suelo y había adquirido la capacidad de atravesar las paredes.

Aunque nunca fue su admiradora número uno, aquel espectáculo resultaba deprimente de ver. Así que volteó hacia la puerta, donde su hermano estrechaba la mano de quien debería ser el comisario Vicente.

Y en efecto, el hombre se presentó como tal. Su imagen inspiraba respeto y confianza: mediría más de un metro ochenta, era rubio y de ojos oscuros. Llevaba en la mano un vaso plástico de café, al estilo Starbucks, lo que le daba un aire de agente salido de un thriller norteamericano y contrastaba con el escenario pueblerino en el que le tocaba moverse. Lana recordó que a unos cientos de kilómetros de la casa de campo existían cafeterías y bares, y tiendas, y una infinita variedad de otros locales y negocios. Volvió a extrañar todo aquello, así como Robinson Crusoe debió de extrañar cualquier trivialidad de su vida anterior al naufragio.

—Antes que nada —les dijo el comisario mientras les daba la mano uno a uno—, quisiera por favor que me acompañaran a la bodega.

Recién en ese momento Lana advirtió que había cinco policías más esperando afuera, detrás de su jefe.

Salieron. Julissa iba última, caminando como si pisara densos charcos de tierra. Lana miró al cielo y notó que ya asomaba el crepúsculo: la visibilidad no sería la mejor.

Dos de los cinco agentes prendieron sus linternas. La amplia espalda y la alta figura del comisario se veían más imponentes bajo esos focos, rodeadas por los enormes árboles mudos que cada vez parecían acercarse más a las nubes grises.

Raúl caminaba junto al comisario. A Lana su hermano se le antojaba, en contraste, mucho menos corpulento que lo habitual.

Llegaron hasta la puerta de la bodega. Lana miró a Daniel, que por su gesto debía sentirse como si lo estuviesen invitando a entrar a una mansión embrujada. La espectral Julissa, con la cabeza gacha, estaba detrás de él.



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