Mis vecinos los ogros by Josefina Hepp

Mis vecinos los ogros by Josefina Hepp

autor:Josefina Hepp [Hepp Castillo, Josefina]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-956-12-2853-5
editor: Zig-Zag
publicado: 2015-12-17T00:00:00+00:00


Salimos y el aire estaba más cálido que el otro día.

–Ya está empezando a notarse la primavera –dije, para imitar una conversación de adultos, que siempre parten hablando del tiempo.

–Van a volver los fío-fíos –me contestó él, a gran distancia de cualquier respuesta normal.

–¿Qué es eso?

–¿Cómo? ¿No sabes? –se rió.

Entorné los ojos.

–Sí, Bruno, ahora te puedes jactar de todo lo que sabes.

–No sé si estás lista para eso.

–Haz la prueba.

–Bueno: pero tienes que abrir tu mente y dejar que la sabiduría entre.

–Ajá.

–Me refiero a la sabiduría de la naturaleza, esa que no se aprende en tu cuaderno.

–Ya entendí, Bruno... –le contesté, picada.

–Lo primero que hay que saber sobre los pájaros es que muchos van y vienen de un país a otro durante el año. Algunos los puedes ver en las ciudades…

–Sí, ya sé.

–¿Qué sabes?

–Lo de los pájaros en las ciudades.

–No tienes idea de lo que iba a decir.

–Ay, Bruno, tampoco es tan difícil, todo el mundo sabe cuáles se ven aquí –le dije, poniendo voz de ligera exasperación.

–A ver, nómbrame uno.

–Bueno, en primer lugar, las palomas…

–Ya, pero las palomas son introducidas.

–¿Y qué importa?

–Importa porque hay otros pájaros que son de aquí y se conocen menos.

–¿Como las loicas?

Sonrió, a su pesar:

–Sí. ¿Cuál más?

–¿No es suficiente?

–No, más bien es grave que, teniendo como quinientas especies nativas, solo puedas nombrarme una.

Estaba alardeando de nuevo. No le di importancia:

–¿Las gaviotas?

–¿De qué especie? Hay varias.

–Bueno, entonces todas.

–Eso es trampa. No te sabes ninguna.

–No eres un profesor muy estimulante –le dije, devolviéndole su pesadez del otro día.

–Ya, perdona, pero te apuesto a que si te digo algunos nombres, te vas a acordar.

–Dale –respondí, dispuesta a perdonar con rapidez.

–Los mirlos –empezó él.

–Creo que los conozco –blufeé.

–Tienen las plumas de un color negro como azulado, que brillan con el sol. Son muy bonitos.

Yo lo miraba con cara de “sí, tienes toda la razón”.

–La hembra, eso sí, es café –continuó–. Hay otros pájaros que son parecidos, pero ahí los machos y las hembras son negros y no tienen ese brillo metálico: los tordos.

–No sé cuáles son esos.

–Vuelan en bandadas y son gritones, se ven por todos lados. Y los chincoles, ¿te suenan?

–¡Sí, esos sí! Mi abuela me enseñó que cuando cantan, en realidad andan preguntando “¿Ha visto a mi tío Agustín?”.

–Es cierto –asintió–, yo también sabía eso.

–Me gustan los chincoles, aunque no siempre los reconozco –confesé, mirándolo de reojo.

–Es fácil igual. Cuando vea uno te lo muestro, tienen plumas levantadas en la cabeza, como un copete… –dijo, y se puso a mirar para todos lados.

Yo lo imité, pero no pude divisar nada, chincol o no chincol. De repente, Bruno gritó:

–¡Mira, una loica!

–¿Dónde?

–¡Ahí, en ese poste!

–Uy, ¡qué linda! –exclamé, realmente sorprendida–. ¡Tiene el pecho rojo!

–Sí, aunque en este caso es “lindo”. El macho es el que tiene ese color, el de la hembra es mucho más pálido.

Lo miré para ver si estaba molestándome. Pero no, estaba muy serio.

–¿Por qué?

–Porque es el macho el que tiene que llamar la atención de la hembra, no al revés…

Iba a contestarle algo, pero me arrepentí.



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