Marcos, amador de la belleza by Alberto Nin Frías

Marcos, amador de la belleza by Alberto Nin Frías

autor:Alberto Nin Frías [Alberto Nin Frías]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-08-23T00:00:00+00:00


XI

«Ad vigilias albas ut tam caricapitis»

¡Oh belleza, que tú seas bendita!

Ya que eres absolutamente pura,

ya que eres inviolada,

limpia, firme, sana é impoluta,

fuente de la divina complacencia,

oasis infinito

que sugieres los éxtasis beatos

y las románticas contemplaciones.

María Eugenia Vaz Ferrkira.

Atacado de esas tristes vagorosidades de la adolescencia, Marcos buscaba la soledad propicia. Anheloso también de aligerar su mente de toda preocupación de enojo, se retiró á uno de los bosques más umbrosos de la campiña toscana. Allí adujaría esa energía espiritual y esa gentílica sensibilidad que la propincuidad de Natura había siempre aquistado para su ánimo.

En un ardimiento casi místico emprendió la excursión. Dejando tras sí la animación jocunda de la villa, subió las colinas extasiabas en las caricias de los cipreses y olivos.

Como esas maneas y templadas villas griegas que perecían después de haber sido hospedadas por un dios, flotaba temblante por cima la airosa arboleda la añosa arquitectura de las famosísimas mansiones florentinas.

¡Cómo se prefería al columbrar la euritimia del paisaje y sentir la ufaneza matinal, la amistad de los árboles á la de los hombres! Eran refinamientos que una vez disfrutados, hacen aborrecible la astucia y la maldad de los ruines.

Incipit vita nova.

Apartándose de las vías concurridas, escalaron un florido sendero tendido amorosamente sobre la colina boscosa. El paisaje se ahondaba cada vez más sobre el fondo azuleño de los alcores.

Era la calma de la hora óptima, del momento exquisito, una verdadera voluptuosidad. La fascinación misteriosa de los sentidos se exaltaba hasta la más sañuda enervación en aquel aire leve.

Sobre las pendientes más próximas, los cipreses encendidos por la lumbarada auroral parecían gigantescos candelabros del altar de lo infinito.

Súbitamente de la sombra surgía una mancha grisácea, la techumbre de alguna habitación.

Trozos de huertas que desde aquí se oteaban como inmensas paletas, holgaban la vista.

Este concierto exultante de colorido se unimismaba por momentos á la invasora actividad del hombre y del animal.

¿Soñaba Natura de sí misma?

¡Oh belleza, que tú seas bendita,

más la sabia legión de tus apóstoles,

la entraña que te crea,

el sol que te ilumina,

el prisma que te agranda,

la plancha que te copia,

el áureo pedestal que te enaltece

y el soberano lis que te corona! ( 9).



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