Lo peor no fue eso by Antonio Prieto Gomez

Lo peor no fue eso by Antonio Prieto Gomez

autor:Antonio Prieto Gomez [Gomez, Antonio Prieto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Humor Negro, Policiaca, Thriller
publicado: 2019-03-11T04:00:00+00:00


Capítulo 7

Al oír las voces y el ruido de la bofetada, el policía regresó raudo y se encontró a Fidel, aún aturdido, recogiendo disimuladamente sus gafas, que habían rodado por el suelo.

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó el inspector.

El diputado, al que aún le zumbaban los oídos por el bofetón, dijo que se le había caído una silla y que al ir a recogerla, se le habían caído las gafas. El inspector se quedó un tanto intrigado mirando al diputado y a Ruth, pero no preguntó nada más.

Emilio Carpio, tremendamente indignado, salió en ese momento del servicio.

—Inspector, ¿qué idea tiene usted de lo que es un paralitico? En atención a las circunstancias, voy a hacer como que no ha pasado nada, pero que sepa que le podría denunciar por malos tratos.

Y a continuación, salió Jimena.

—¿Por qué os vais? ¡No me dejéis sola con el muerto! —Se quejó la diputada alarmada tras haberse visto sola con el cadáver.

Fidel estaba acabando de recomponerse tras el percance y Jimena, al notarle azorado, le preguntó si había pasado algo, pero el joven disimuló y dijo que todo estaba perfectamente. La diputada insistió en que le notaba un poco colorado, pero él lo atribuyó al calor que estaban pasando. La conversación se vio interrumpida cuando se oyó un gran estrépito tras ellos. Era el inspector, que había levantado una silla por encima de su cabeza y, a continuación, la había dejado caer al suelo. Todos le miraron asustados.

—Este es el ruido de una silla al caerse. Lo otro, juraría que ha sido el ruido de una bofetada, la misma que le ha hecho saltar las gafas y la que le ha dejado así la cara al señor Porras.

Ruth se apoyó en la barra con gesto indiferente, como si la cosa no fuera con ella. Fidel, por su parte, ponía cara de no saber de qué le estaban hablando.

El inspector se acercó a él y analizó con detalle su mejilla. A continuación, se dirigió a Ruth.

—Señora Zarza, ¿tiene usted algo que ver con esa bofetada?

—¿De qué está hablando? —le respondió ella como si no entendiera la pregunta.

—En condiciones normales, consideraría esto como un asunto privado entre ustedes —le expuso con amabilidad el policía—, pero comprenda que estamos investigando un caso muy grave y todo puede estar relacionado. Repito mi pregunta: ¿tiene usted algo que ver con esa bofetada?

La diputada se encogió de hombros poniendo cara de turista. Fidel intervino y le explicó muy amable al inspector que no había habido ninguna bofetada, que lo único que había ocurrido era que se le habían caído las gafas. En cuanto al color de su cara, era porque sencillamente tenía calor.

El inspector se acercó a la diputada y le cogió amablemente por la muñeca haciéndole que levantara su mano casi como si estuviera parando un taxi, en esa postura la condujo hasta el diputado. La diputada, un poco perpleja, se dejaba hacer sin entender que estaba pasando.

—Vamos a comprobar si las marcas coinciden —dijo el inspector mientras acercaba la palma de la mano de la diputada a la cara enrojecida de Fidel.



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