Las intermitencias de la muerte by José Saramago

Las intermitencias de la muerte by José Saramago

autor:José Saramago [Saramago, José]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T05:00:00+00:00


Es posible que sólo una educación esmerada, de esas que ya son raras, a la vez, quizá, que el respeto más o menos supersticioso que en las almas timoratas suele infundir la palabra escrita, haya llevado a los lectores, aunque motivos no les falten para manifestar explícitas señales de mal contenida impaciencia, a no interrumpir lo que tan profusamente venimos relatando y querer que se les diga qué estuvo haciendo la muerte desde la noche fatal en que anunció su regreso. Dado el importante papel que desempeñaron en estos antes nunca vistos sucesos, bien está que explicáramos con abundancia de pormenores cómo respondieron al súbito y dramático cambio de situación los hogares del feliz ocaso, los hospitales, las compañías de seguros, la maphia y la iglesia católica, sin embargo, a no ser que la muerte, teniendo en cuenta la enorme cantidad de difuntos que era necesario enterrar en las horas inmediatas, hubiera decidido, en un inesperado y loable gesto de simpatía, prolongar su ausencia durante algunos días más a fin de dar tiempo a que la vida girara en sus antiguos ejes, otra gente fallecida de fresca data, es decir, en los primeros días de la restauración del régimen, a la fuerza tendría que juntarse a los infelices que durante meses habían malvivido entre aquí y allí, y de esos nuevos muertos, como impone la lógica, deberíamos tener que hablar. Pero no sucedió tal, la muerte no fue tan generosa. El motivo de la pausa de ocho días, en la que nadie murió y que empezó creando la falaz ilusión de que nada había cambiado, resultaba simplemente de las actuales pautas de relación entre la muerte y los mortales, o sea, que todos recibirían aviso de antemano de que aún disponían de una semana de vida hasta el vencimiento de la libranza, por decirlo de alguna manera, para resolver sus asuntos, hacer testamento, pagar los impuestos atrasados y despedirse de la familia y de los amigos más cercanos. En teoría parecía una buena idea, pero la práctica no tardaría en demostrar que no lo era tanto. Figúrense una persona, de esas que gozan de espléndida salud, de esas que nunca han tenido un dolor de cabeza, optimistas por principio y por claras y objetivas razones, y que, una mañana, al salir de casa para el trabajo, encuentra en la calle al diligente cartero de su zona, que le dice, Menos mal que lo veo, señor fulano, traigo una carta para usted, e inmediatamente ve aparecer en sus manos un sobre de color violeta al que en principio tal vez no le diera especial atención, ya que podría tratarse de una impertinencia más de los señores de la publicidad directa, de no ser por la extraña caligrafía con que su nombre está escrito, igualita a la del famoso fax publicado en el periódico. Si el corazón le da un salto del susto, si lo invade el presentimiento lúgubre de una desgracia sin remedio, y quiere, por eso, negarse a recibir la



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